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DEL OTRO LADO DE LA NIEBLA

Carlos Andrés Andina

            Salgo a caminar por estas calles, que yo conozco como la palma de mi mano. Ese ruido de pasos que suenan como el deslizar de una serpiente, como el murmullo de las copas de los árboles; esas piedritas que saltan al costado de camino, yo a veces las pateo con tanta fuerza, en ocasiones creo que lo hago con rabia por no encontrarme entre tanta bruma, entre tantas gotitas de realidad que se suspenden impunemente en el aire.

            Como siempre, afiches pegados a las paredes, el ruido de una ciudad a lo lejos; a veces el ladrido de un perro y a veces el silencio más absoluto. Yo, mientras deambulo, un poco idiota entre tanta oscuridad y humedad y olor a niebla. Tengo la certeza de que el ruido de mis pasos viene a mis oídos desde lo profundo de la noche, lo digo por lo lejano que parece ese taconear interminable, lo digo porque quizás esté volviéndome loco, o tal vez lo diga por no despertar sospechas. Es por todo eso que creo escuchar mis pasos, que son míos y de nadie más.

            Eludiendo miradas y esquivando personas avanzo por calles más transitadas, parece mentira, con esta lluvia un mar de gente se ha lanzado a las veredas. Yo soy uno más en este animalerío, otro nudo que desata la mano invisible del destino. ¿Por qué tengo la sensación de que ese sonido viene de algún lado?, desde algún tiempo que el mismo Cronos ha olvidado vienen los pasos, esas mismas huellas que alguna vez dejaré impresas en estas baldosas.

            La niebla se hace más espesa, yo ya no distingo lo real de lo imaginario. Ahora voy por un camino angosto, de altas paredes; la gente sigue abandonada en las avenidas; yo me voy sólo, sintiéndome miserablemente pequeño.

           Aunque yo sepa que esos pasos tan grandes y vacíos son míos y que los pasos en la otra calle son más reales que estos que escucho aquí, yo sé que detrás de esa niebla aparecerá una figura que levantará la mano izquierda cuando yo levante la derecha, que gritará algo inteligible al mismo tiempo que yo le grite, que se rascará la nariz, que cerrará el paraguas, que bailará, cantará o que incluso me lanzará una piedra si yo hago lo mismo... ¡y cómo me observa ahora!, mientras yo me quedo atónito, observándolo.  

 

 

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