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LA COMPUTADORA

Héctor R. González

La computadora, algunos diccionarios, lápices, el grabador y música llenaron el ambiente; pequeña habitación convertida en laboratorio de escritor.  Comencé un poema triste, y otro demasiado endeble.  Y luego, sin importarme la hora recorría mi habitación y llegaba a mi cama.

Ahora me cuesta trabajo atravesar el patio. Mis recuerdos se han plantado en él y, si no los esquivo, alguno se quiebra con espantoso gemido, otro me araña la mano al pasar, otros me clavan alguna espina o impregnan mi ropa de aromáticas lágrimas de relojes cansados, o me rocían con chorreantes amaneceres congelados y detenidos, o espolvorean el aire de polen de historias. Atreviéndose  a tomarme de la mano y abriendo amablemente la puerta me  encienden la luz sin que yo los mire siquiera y me sientan frente a la computadora de la que veo salir amaneceres guardados. Y yo los observo y lloro y empequeñezco mientras el tortuoso bosque con una vegetación de memoria va creciendo en mi habitación y se sigue extendiendo a sus anchas con fechas enmarañadas, incoherencias viejas y nuevas que se juntan, se enroscan y se derraman entre ecos de nostalgia, diálogos archivados que rebrotan y se reconstruyen alterando el curso del pasado, yo te amo, no, ya no te quiero, y si fué el otro quien lo dijo y si no lo dijo nadie y entonces las voces salen también al patio y vuelan como mariposas, entre pájaros de pestañas y labios que sobrevuelan y liban sueños solitarios. Y esas mariposas frías, heladas, se posan en besos que se me hicieron demasiado cortos, demasiados breves, demasiado pocos besos y mucha espera...

Y suelo a veces ser terrible con quien debería ser amable y amable con quien se hunde como yo en los charcos de la confusión, entre lazos de amor convertidos en plantas gigantes. Ya no sé si es noche o día, ni tampoco reconozco los caprichosos vaivenes del tiempo... Ya no sé si esos árboles con sus semillas invasoras se derramen por oleadas entre mis pensamientos y con musgos de amor envenenen al lobo delirante de luna... Ya no sé si cuando llegue el momento se me olviden los poemas, las promesas, y hasta la prudencia... Y aunque intente abrirme paso por las ramas, los helechos crecen y me abrazan y oscurece..

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