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SANTIAGO KEY AYALA, 
BIBLIOGRAFO DEL LIBRO NO ESCRITO

Carlos Yusti    


En nuestro país hay una buena porción de escritores que se encuentran ahogados por el ruido y el protagonismo de autores mediocres o de inaguantable medianía. Escritores olvidados intencionalmente, o sujetos a lecturas sesgadas, para no reconocer los valores literarios que puedan tener. Santiago Key Ayala (1874-1959) es un escritor que ha pasado si no inadvertido por lo menos subvalorado en el contexto literario nacional. Algunas antologías de ensayistas lo incluyen, pero haciendo énfasis en sus escritos de carácter históricos como para cumplir con el encargo de no excluir a nadie.

La perspectiva distinta sobre este escritor singular me la ofreció Pedro Téllez: “...el monosílabo Key, redactado en homenaje modernista por Luis Villalba-Villalba, le denomina: ‘llave que abre el escriño de su amistad sin salvedades’. Buscamos en el diccionario la palabra escriño que creíamos un diminutivo de escritura, pero en realidad su significado es otro, y el diccionario reporta dos acepciones: cesta de mimbre que sirve para dar de comer a los bueyes, y una segunda acepción—sin duda preferida por Villalba-Villalba—la de cofrecito para guardar joyas. 
Nosotros nos quedamos con ambas definiciones, tanto joyero, como recipiente para que coman las bestias. Así, buena parte de nuestros críticos e historiadores de la literatura lo han leído como bueyes, han pasado de largo frente a estos ensayos breves”.   Téllez hace referencia a los ensayos que constituyen el libro de Key, “Motivos de conversación. Monosílabos Triláteros de la lengua castellana”. Cuestión aplicable a muchos de sus otros escritos. El trabajo ensayístico de Key se adelanta y nos salpica la ropa, posee sabor y rubor del escrito hecho sin tiempo, pero con el tiempo justo de la ilustración y la sabiduría. Son ensayos ensamblados de lectura e investigación ofrece una visión distinta de lo literario y lo histórico. Key va a los temas con una abultada bibliografía a sus espaldas. Luego tenemos la magia estilística concentrada en lo breve y lo preciso. Nada de amaneramientos retóricos. Por otra parte su obra estuvo largo tiempo dispersa en revistas y periódicos que ya nadie recuerda. Téllez afirma que la existencia de Key “bibliográficamente” hablando, se debe a las obras selectas editadas por Edime y preparadas por el propio autor en el año 1955.

Quisiera ocuparme de un pequeño libro de Key, “Cateos de bibliografía”. Estos cateos tratan de libros, pero con la particularidad de referirse a libros que jamás fueron escritos. Enrique Vila-Matas en “Bartleby y compañía”, un libro escrito con el mismo espíritu de curiosidad que quizá alentó los cateos de Key, ofrece una panorámica de esos autores que deciden dejar de escribir, de esos escritores que siguiendo los pasos del escribiente de Melville deciden no hacerlo. Ambos libros son una curiosidad por el tema tratado. El libro de Key indaga sobre esas obras que se quedaron en la frontera del no, que fueron sólo una vaga idea, un acariciado proyecto que en muchos casos jamás llegó a cristalizar, o de obras que luego de escritas se extraviaron de manera irremediable. El libro de Enrique Vila-Matas hace su respectivo cateo de autores (como por ejemplo Juan Rulfo) que dejaron de escribir, de escritores que proyectaron una obra, pero que al mismo tiempo se impusieron miles de trabas para nunca escribirlas. Key Ayala se traza una intención bastante extravagante: reseñar libros inexistentes. Para tan estrafalaria empresa el autor prepara una lista que incluye libros míticos, quiméricos, nonatos, malogrados y ajusticiados. Su justificación no escapa de las cercas de lo razonable: “Al parecer, la bibliografía debería concretarse a los libros impresos o manuscritos, material concreto del bibliógrafo. Pero la vida produce engendros capaces de ensanchar la investigación...”

Para cualquier amante de los libros esta pesquisa emprendida por Key no deja de resultar un juego intelectual de mucha audacia e inteligencia. La historia de la literatura se encuentra atiborrada de libros abortados, perdidos; de autores que se concretaron a trazar obras en su cabeza que jamás salieron de allí, de escritores que planearon escribir libros que sólo fueron quimeras. Esto lleva a Key a preguntarse: “¿Cómo nacen los libros quiméricos, o mejor los títulos que los representan, tras lo cual no hay nada efectivo? De un cronista insolvente, de un biógrafo entusiasta. Un apunte, una cita, una referencia, los bautizan sin que hayan nacido. Ya en letra de molde, el libro nonato es traído y llevado por los repetidores de buena fe y el fantasma, si es autor reputado, se instala por años”. Otro aspecto, señalado por Key, que aviva la proliferación de libros quiméricos es la vanidad juvenil del escritor que se inicia. Los jóvenes autores, inéditos, pregonan sobre libros y poemas que no han escrito y los cuales son anunciados en tertulias y reuniones con gran pompa. Muchas veces dichos libros y poemas no llegan a esbozarse de ningún modo. Cuando no es la vanidad, acota el mismo Key, es el nombre que irrumpe, el título que cobra cuerpo en el autor. El nombre es, como lo escribe el autor, emblema, compendio. “Es como la bandera simbólica por la cual luchan y mueren los fundadores de estado. En el pensamiento del estadista y del apóstol la nueva nacionalidad esta diseñada con sus caracteres y sus lindes. En el pensamiento del escritor, el libro diseñado en su plan y concentrado en su nombre. La causa no triunfa, el estado no se funda, el libro no se escribe”. Debo reconocer, confesión de parte, que en mi breve vidorria de autor he sido presa de proyectos literarios que en lo absoluto culminaré. Por ejemplo he reunido bastante material informativo en torno a la vida de Miguel Peña para escribir una pequeña biografía que, por razones que no tengo claras, no ha pasado de ser un vaporoso deseo. De igual forma me sucede que buen número de artículos y ensayos. Por lo general hago una lista de los temas que me atraen, algunos con el título ya delineado. Algunos artículos de la lista los escribo como si nada, pero otros se atascan, se quedan en el mero título como por ejemplo “Los misóginos van al cielo” que trataría sobre literatura femenina o “Los ilustres segundones” que versaría sobre la relevancia de personajes secundarios. En dicho escrito hablaría de Panurgo, Picaporte, Watson, Sam Weller y Sancho Panza. De manera asombrosa dichos textos parecen condenados a la bibliografía del no.

También Key Ayala menciona el libro de jornal, “hermano del que llevan los comerciantes sólo porque el uno y el otra son obra de jornaleros de la pluma”. Este libro de Jornal nace sobre la marcha y va publicándose en diarios y revistas. Key fue un experto en este tipo de libros.

En el cateo de libros abortado y quiméricos entran por supuesto aquellos libros que a pesar de materializarse en manuscritos jamás llegan a las playas de la tinta impresa y se quedan como náufragos en mitad de oscuras gavetas o en polvosos rincones. Vilas-Matas en su libro sobre los Bartlebys hace mención de la biblioteca Brautigan(en honor al escrito hippie e informal Richard Brautigan autor de varios libros locos y absurdos como “Un detectiva en Babilonia”) especializada en coleccionar sólo libros rechazados por editoriales.

El cateo llevado a cabo por Key se circunscribe a varios casos emblemáticos. Así analiza las míticas memorias de Guzmán Blanco: “...las ‘memorias’ no existieron nunca como tales Memorias y en ninguna forma existen”. Lo único que existió fueron los rumores en torno a una memorias cuyo aporte e interés radicaría en ser una mirada de testigo directo, pero que quizás hubiese sido una mirada retocada, falsificada conociendo a su autor. El otro caso pulsado por Key es el referido a “Las obras colosales de Felix Bigotte”. A todas luces el Bigotte era un mitómano que soñó con escribir grandes libros. Los títulos elegidos por Bigotte hablan de una personalidad no del todo sana. Así libros como “Gramática latina”, “Historia filosófica de Venezuela” y “Teoría e historia de la música” no fueron más que ensoñaciones de ato vuelo intelectual. Otro caso distinto lo configuran los manuscritos sobre educación de Miguel José Sanz que se perdieron. Así mismo está el caso de Lisandro Alvarado y su anunciada traducción del poema de Lucrecio, De rerum natura. Traducción que como es lógico no se sabe a ciencia cierta si se realizó o fue apenas un ideal erudito.

Otros casos tratados por Key son los de Romero García y su obra dispersa, o perdida; los recuerdos frustrados del poeta Heraclio Martín y la fatalidad que truncó el proyecto de Felipe Larrazabal de escribir la biografía de los hombres célebre de nuestra América.

Blaise Cendrars, que sin duda no leyó a Key Ayala, quería escribir un libro sobre esos libros que nunca se editaron. El libro de Cendrars del cual solo llegó a pergeñar el titulo: “Manuel de la bibliographie des livres jamais publiés ni même éscrits”. Como ven Santiago Key Ayala era un iluminado, un inspirado bastante adelantado; un espíritu necesitado de salir del recuadro, un visionario dispuesto más en creer en los avatares de la vida que en los renglones apretados de un volumen, una inteligencia despierta dispuesta a liberarse de la clasificación manida o como él mismo lo escribió: “Mientras que el hombre, limitado por fuerza y acorralado entre muros opacos, pretende imponer su ley antropocéntrica al universo, material o ideológico, la vida, soberana sin oposición y, por tanto ilimitada, rompe sin esfuerzo las clasificaciones humanas que son, y nada más, pura limitación”.

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