Te para Eva

Oleo sobre lona

120 x 100 cm

 


Nicolás Herrera tuvo suerte: nació en un pequeño pueblo al norte de Ecuador llamado Los Andes, que es como un resumen de ese país profundo donde, entre paredes derruidas, aún se conserva una de las identidades de una tierra de contrastes. Está ubicado en la provincia de El Carchi y fue allí que escuchó por primera ocasión los relatos de sus mayores que le hablaban de seres fantásticos, llámense duendes o espíritus que vagan por las laderas. Es que es preciso ir a este lugar para entender los colores que aparecen en los lienzos de Nicolás Herrera, quien sólo tenía que abrir su ventana para encontrar una explosión de imágenes que eran una celebración para los ojos. El aprendió a mirar. De allí que en la escuela se sorprendió de sus habilidades tras lo que apareció de un ejercicio al seguir las líneas de Chagall, Mi pueblo y yo. Esa experiencia lo llevó, en solitario, a dedicarse al ardua tarea de buscar un lenguaje para lo que quería decir

En esa exploración se encontraba cuando con su obra Signos mágicos, alcanza el prestigioso premio ecuatoriano Luis A. Martínez. Fue allí que comprendió que su cita con la luz no iba a la par con las corrientes de moda y -en la encrucijada- eligió ese lenguaje que alguna ocasión había intuido en su pueblo. Entonces se produjo el aparecimiento de unos bestiarios personales y una cromática sensual y obtuvo el reconocimiento del salón Mariano Aguilera, el más prestigioso de su país, una tierra pródiga en maestros plásticos. Eso fue como el preludio de su futuro trabajo: dotar al Ecuador de la presencia real de sus mitologías, en el sentido de que al crearlas -muchas de ellas por primera ocasión- es como si nacieran de sus manos. Eso se sabe porque nunca hubo un Sol, como signo, hasta que no apareció en un lienzo. Allí está ahora, develando los imaginarios de una tierra que tiene a Kujáncham, una mitología shuar de hombres voladores; toros que atraviesan calles para buscar los ojos de una muchacha; duendes que bailan en las cascadas; dioses amazónicos que crean a hombres a semejanza de los pájaros; una mitología que habla de un país que reconoce una riqueza en sus culturas de abanico. Y, claro, Nicolás Herrera, al hablar de su pueblo nos está hablando del Mundo.

Es un pintor de amplia trayectoria, ganador de los premios más prestigiosos de la plástica de Ecuador: salón Luis A. Martínez, Ambato (1988), y Mariano Aguilera, Quito (1990), además de exposiciones nacionales e internacionales. El acercamiento al mundo mágico de las leyendas se produce en su pueblo natal, Los Andes, Carchi: el Ecuador profundo aún mantiene los imaginarios de su identidad. Su fabulario personal está presente en una obra rica en una cromática que conduce a mundos sensuales. Su bestiario es enigmático y los símbolos que prefigura son parte de una mitología presentes en este libro. Las pinturas de La Caja Ronca fueron concebidas después de recorrer antiguas calles y desentrañar los imaginarios del Norte del país, como la provincia de Imbabura. De hecho, su morada, es parte de esa mitología: situada en una colina que domina la laguna de Yahuarcocha, donde los mayores guerrearon hasta convertir en sangre sus aguas. 

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Angel de la Guarda

Oleo sobre lino

130 x 97 cm


Ecos

Oleo sobre lona

120 x 81 cm


La Oración

Oleo sobre lona

120 x 120 cm


Madre Naturaleza

Oleo sobre lona 

120 x 120 cm

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