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ENTRE LA GREDA Y EL FUEGO

Cristina Fiorucci

Para conocer el oficio alfarero, es necesario saber que el proceso cerámico empieza cuando se recogen los barros arcillosos seleccionados. Aunque olvidado pero muy cierto. Te afirmo que somos muy meticulosos en la molienda de las toscas , la preparación de las pastas y el riguroso amasado. Una conexión muy profunda que nos vincula directamente con la tierra . Ya cuando nuestros sentidos deciden que podemos comenzar a darle forma, se levanta la vasija. Cada uno su propia historia. Las pastas se llevan un pedazo del artista con ellas. Esa sustancia que se exhibe silenciosamente en la obra. El vaso, el cuenco, la vasija, el plato!... Nos perdemos en una espiral de rítmicos movimientos. Empezamos a percibir que la obra es una proyección de nuestra piel, de nuestro propio cuerpo.


La autora extrayendo arcilla
en Naico
Aunque siempre algo más le haríamos, pero... en un instante... la decisión sobreviene... La obra que nunca está terminada, pero que en un momento decidimos abandonar, para que avance en el proceso . En mente ya danzan otras imágenes... La imaginación diseña permanentemente nuevos bocetos, y le destinamos a cada uno el tiempo que lleva hasta que sentimos desde las vísceras que puede, así como un hijo, dar el paso siguiente.
 
Los alfareros se reúnen para una gran ocasión , la quema. En cada uno de ellos el mismo deseo: prolongar la experiencia hasta el último instante, que nos permita disfrutar éste crucial de los momentos del proceso alquímico...
Se dispersan las piezas sobre una madera.  La última mirada.  La contemplación del fin de una etapa, es un abandono, un desprendimiento desgarrador, la decisión está tomada. Hasta éste momento estaba la remota posibilidad de "arreglar" esto..., o... sacarle aquello.

El grupo comienza a actuar, uno acerca la leña seca, otro se ocupa del barro para sellar, el mate, chorizo seco, pan.  Un poco de papel... mientras, la que va a oficiar de estibadora acaricia con la mirada los detalles de cada una de las piezas.  En una actitud decidida, los detalles técnicos de las mismas exigen el tratamiento y el lugar adecuado en la estiba (carga de las piezas en el horno) Así, ella descifra el lenguaje de ésos trozos de su misma tierra, casi con vida propia, con sus códigos, convertidos en formas que encarnan un silencioso mensaje.  Ella sabe... los conduce a un camino que los va a llevar a trascender sus propias vidas. De a uno, ya en el horno, se van disponiendo en el lugar apropiado, cuidando que el cuenco de paredes delgadas evite el sector del calor más intenso.  Los vasos abocados.  Ese tazón de grueso cuerpo puede sostener la vasija más liviana... 

Cuando la última obra fue delicadamente colocada en la parte superior del horno, y nada más que respondiendo a una suplicante mirada, se acercan dos manos dispuestas, como adivinando el pensamiento.  Estamos levantando de los extremos las tapas del horno , observamos cuidadosamente que cubra la boca circular.  De puntas de pié espiamos las piezas por la abertura de la chimenea. Inmediata y silenciosamente 3 pares de manos completamente cargadas de barro comienzan a sellar los espacios de pérdida de calor. 

Listo.  Nos miramos.  Nada más sonreímos. 

Fuera del horno y frente a él apilamos maderitas, papel arrugado. Y con un delicioso mate en una mano, algún chiste, una anécdota, un recuerdo, se enciende la primer llama. Usamos maderitas chicas, las de cajón de frutas (para que agarre), y dos o tres troncos, cortos, (para que mantenga)...

Un temple de 45 minutos-1 hora. R ecién entonces colocamos la termocupla.  Ya para los 150ºC 200ºC dejamos entrar en la cámara de combustión las brasas de los troncos.  Alimentamos con pequeñas ramas ( de a una) buscando una llama corta y pareja en la parrilla, que vaya calentando lentamente.  Que vaya evaporando imperceptiblemente los restos de humedad de las paredes del horno y de las piezas.  Se retiran los restos de la fogata del temple.  Entre mates y amenas charlas alrededor del horno, lanzamos por su puerta, una maderita..., y otra... Mirando casualmente el pirómetro que va marcando el aumento gradual de la temperatura.  Otra maderita.  Bueno, hemos alimentado el horno con un tronquito de madera de caldén que le va a dar una brasa más consistente.  Y así, respirando el ritmo del fuego, nos damos cuenta que el sol está desapareciendo.  Controlamos el tiempo y nos damos cuenta que vamos bien.  Lento... Como las piezas cerámicas que se están transformando en el interior del horno necesitan. Con la certeza de que un aumento brusco en la temperatura puede costar una grieta en las obras. 
Y cuando el pirómetro marca que nos acercamos a los 500ºC todos sabemos que es en ésos instantes que la alquimia comienza... La composición química de la arcilla empieza su transformación, las moléculas de H2O se desprenden para siempre.  Los componentes silíceos empiezan a fundirse.   Seguimos alimentando ininterrumpidamente la llama, lentamente.   Una llama tranquila.   Con trozos de leña bien seca, de a una, respirando con el fuego... Comunicándonos con las figuras que dibujan, jugando con las lenguas, naranjas y rojas, a veces amarillas. Atentos, en un alerta permanente de cada sonido, aislando y definiendo el "crujido" del "crepitado"...

Y la noche se llevó la luz.  El resplandor del fuego se convierte en un reinado.  Las mejillas enrojecidas y calientes, las espaldas frías, nos frotamos las manos ante el calorcito. Alguien acerca un vino tinto, y como la vuelta del mate, el vino pasea por cada uno de los ceramistas. Cuando la fogonera toma su trago, vuelca en la mano y le "convida" al fuego, las llamas responden con un extraño crepitar. Y a la segunda ronda, también le toca al fuego... 

Se ha convertido en el líder de la reunión.   Ha cautivado las mentes. Tiene el poder y la magia de decidir la suerte de cada una de las obras que está abrazando con sus llamas rojizo-anaranjadas.   Le dimos el poder, y por cábala o vaya a saber porqué,  TIENE EL PODER. Y nos sometemos a su magia.   Porque cuando por el hueco del tiraje superior, donde va la chimenea, el fuego nos saluda con un bramido mágico, con una fuerza muy poderosa, parece que nos quiere hablar. Alguien ha espiado el pirómetro y dijo que esto pasa desde los 750ºC - 800º C. 

No nos habíamos dado cuenta... Ahí, en esos momentos es que todos, absolutamente todos los que estamos alrededor del horno necesitamos alimentarlo con una maderita.   Cada uno, y de a uno, concentramos tres deseos y le ofrecemos al fuego, y esperamos que nos regale su magia concediéndonoslo.  La magia y el poder del fuego..., se la adjudicó el hombre desde sus orígenes. Nosotros lo sentimos, lo palpamos, nos alimentamos con esa fuerza, hay que vivirlo!!, ¡hay que sentir ese rugido profundo!  La armonía del crepitar de la leña!   ¡El resplandor de las llamas que escapan de la tobera formando figuras!. 

Y otra vuelta de vino, atentos, expectantes. Ahora queda mantener la temperatura entre los 900ºC y 1000ºC. Permanente y rítmicamente le damos una ramita, mantiene... y sube un poco... mantiene... 

Simplemente una mirada nos avisa que es nuestro turno de alimentar el horno. Entra la leña, bañada por un resplandor amarillento, se tiñe de negro, combustiona, arde, se arquea, convertida en una placa de carbón, se cuartea y casi sin darnos cuenta se tiñe de gris cada vez mas claro. Y antes de volverse blanco ceniza, no podemos demorar para entregarle el siguiente leño.  La escena se repite... una y otra vez, mantenemos...

Observamos el humo que desprende la tobera. Efectuamos algunos cambios en el tiraje. Uno mira el reloj, controla con el pirómetro. Vamos bien. 

Cuando ya sabemos que la temperatura es la adecuada, queremos espiar por la tobera. El espectáculo es maravilloso. En el vientre del horno se lucen las piezas en total incandescencia, envueltas en una masa amarillenta resplandeciente. Las lenguas doradas se contonean entre las vasijas como bailando una rara danza. No desprende humos, parece un organismo vivo.  Exclamamos, porque no podemos contener la emoción. 

Hemos decidido hacer una reducción con ahumado. Algunas piezas requieren un aspecto oscuro con reminiscencias primitivas. Parte de los ceramistas han preparado un montículo de hojarasca y una chapa cóncava. Dos de nosotros protegemos nuestras manos del calor y retiramos la tapa del horno. Colocamos en lugar seguro esos ladrillos incandescentes enhebrados con la varilla y quedan como buscando material para continuar su combustión. Desprenden un poco de humo. No te imaginás la vista,... fascinante. La resplandeciente masa comienza a oscurecerse poco a poco. 

Ahora los movimientos deben ser precisos, rápidos, decididos. Con la ayuda de unas pinzas largas, retiramos las piezas de a una y la lanzamos sobre la cama de hojarasca. Inmediatamente alguien se encarga de rociarlas con más hojarasca. (Si tuviéramos guano...) Y entre el intenso humo y cuando casi empieza a arder, se cubre con el chapón convo. Sabemos que estamos provocando una reducción de oxígeno en el proceso de combustión. La pieza actúa como una brasa, busca el oxígeno para continuar la combustión. Al impedirle el ingreso del mismo cubriéndola, ésta captura las moléculas del oxigeno de la composición misma de la pasta. Así el óxido férrico que contienen las arcillas pasa a ferroso, el intenso humo provocado y contenido, ennegrecen la pieza. Contemplamos y le damos un tiempo. 

Somos uno, como las dedos de las manos en un teclado. La melodía acelera los pulsos cardíacos. Altera la respiración. Cerramos nuevamente la entrada y aberturas del horno. El resto de las piezas prefieren la apariencia que les dá la misma horneada semireductora de la leña. Enfriarán lentamente. 
Volvemos la mirada a las piezas reducidas fuera del horno. Cuidadosamente las retiramos. Todos sentimos una fuerte pertenencia con cada una de las obras. Sumergidas en una lata con agua, les retiramos las partículas adheridas mientras se enfrían. Entre las manos, una vez que su temperatura es tolerable así, como un hallazgo, recorremos con las yemas de nuestros dedos toda su forma. Casi ceremonial. Algunos efectos eran los esperados. Otros nos lo regaló el fuego mismo.   No tenemos aún la explicación del porqué ésta quema fue diferente. Muchos son los factores que actúan. En ocasiones hemos elegido otras variantes de reducción. 

-¿Te acordás cuando echamos el aserrín y la hojarasca adentro del horno?. 
-Yo recuerdo cuando lo tapamos y lo enfriamos a chorro de manguera! . Para que no re-oxide. Y el horno lo toleró!

En otras quemas no hicimos reducción ni ahumado. A veces nos encontramos con grietas que nos dice que nos faltó amasar la pasta, o la presencia de una cavidad con aire, o que nos apresuramos al secar la pieza... o... Cada uno sabe... 

En otras quemas no hicimos reducción ni ahumado. A veces nos encontramos con grietas que nos dice que nos faltó amasar la pasta, o la presencia de una cavidad con aire, o que nos apresuramos al secar la pieza... o... Cada uno sabe... 
 

El fuego pone a prueba la obra del hombre.   Él nos estimula los aciertos y castiga los errores.  Nos sorprende un fuerte escalofrío. Recordamos algún compromiso. Se hizo de noche.   Sentimos el cansancio, con una agradable sensación. ¿Pasaron 6 horas del reloj realmente?   Dejamos el templo limpio y ordenado.   Cada uno su propia historia.   Vivimos casi en ensueño, el proceso de la alquimia.   La transformación y la depuración a través del fuego.   Una experiencia distinta, muchas lecciones.   Una parte nuestra quedó "incrustada" en ése lugar.   Nos retiramos planificando la próxima obra, la próxima quema. 

Ver la obra de Cristina Fiorucci

 

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