EL SECRETO

(Versión libre de Helena de Troya)

Nélida Ballo


Helena consulta a una astróloga amiga, indagando sobre la transformación que sufre su cuerpo, por estar advirtiendo, atrapada por temores aciagos, que su medio siglo de vida se le manifiesta constante en la piel y los huesos. No conforme con los vaticinios de la científica, quien pretende trasmitirle que no podrá escapar al designio sobrenatural de ser ya una anciana más, según el presagio de los astros, ella busca otras respuestas que conformen su ego.

Acude ansiosa al centro espiritista a fin de que la médium la conecte con su padre Zoilo; el famoso neurólogo de quien heredó su clínica, pero no sus conocimientos. En ese lugar, luego de aspirar las emanaciones que salen de un taper e ingerir narcóticos entra en trance y entre delirios y convulsiones profiere frases incoherentes que la mujer recoge, interpretando para su consuelo que su belleza perdurará por varios años; calmando su angustia por ese instante.

Cada día Helena tiene que acrecentar su esfuerzo para conservar esa belleza envidiada que llevó al sodero Pedro a seducirla y con quien formó pareja durante largo tiempo, hace de esto treinta y dos años. Usa el suntuoso vestido Chanel ceñido fuertemente a la cintura con un cinturón de oro para aparecer delgada, el tapado de visón con sus pliegues minuciosamente estudiados para hacer que su figura luzca armoniosa y dulcemente juvenil, y al salir de su casa sube una orla del chal cubriendo su cabeza para preservarla de las inclemencias del tiempo. Dos mucamas peinan a diario sus largos cabellos, tan largos que pasan horas alisándolos con peines y cepillos untados en esencias perfumadas para que luzcan lisos y brillantes como hilos de sol. Admira a Susana por sobre todas las divas y se somete a prolongadas operaciones para estirarse, agregarse o succionarse, según la zona a corregir, y a la tortura de bañarse en espuma de mar helada para alcanzar la perfección en la belleza y el amor. 

Helena está ahora enamorada de su personal training, a quien se entrega en los frecuentes períodos en que su esposo está ausente del hogar; más preocupado por el resultado del próximo balance de sus laboratorios de productos químicos, que por la felicidad de su esposa.

En las noches de soledad el encuentro se repite: su cuerpo lo clama, el joven accede, se funden, su hombría demora, traspasa los niveles de su anhelo, es momento de embriagar, secretan las mieses, gimen, prolongado placer sentir su esencia; así en él vive. Queda feliz, exhausta y totalmente confiada. Sabe que el elegido idiota no hablará. Para asegurarse de su silencio lo hizo pasar por prolongadas sesiones de electrochoc, con el pretexto de un tratamiento contra la calvicie prematura, y él, por su parte, no pronuncia palabra alguna; no desea causar desagrado a su amada con su dificultosa manera de hablar y su nula facultad de pensar. Con esto, la historia quedará en secreto.

El joven admira a Helena desde sus cualidades hasta sus vicios, todo lo ama en ella y sabe con certeza que no es la pérdida de la belleza lo único que le preocupa. ¿Cómo que sabe? ¿No dijimos que es idiota? Ahí está la cuestión. Conoce la relación de esos cabellos, que con tanto esmero mantiene lacios, con las pesadillas que irrumpen en sus noches de amor, cuando temblando, aferrada a su cuerpo de atleta, le narra las apariciones que desde su subconsciente la atormentan. Durante tres noches escucha, anonadado, los recuerdos de Helena.

La primera vez que fue sorprendida con imágenes de su pasado, como nítida realidad, aparecieron en su sueño esos cabellos enmarañados como lazos de longitud infinita enredando a Agapito, su cuñado, quien se había unido con sus acciones a Mario, su despechado marido, para llevar a la ruina a Pedro y así rescatarla de sus brazos, en los días felices en que ella convivía con el sodero. También el industrial naviero Hugo había colaborado con un par de millones de dólares para ese cometido. Allí estaba Agapito, el valiente jefe de los apostadores de la bolsa, en el momento preciso en que era asesinado a su egreso de Wall Street por su esposa Clipte y su propio hermano Ernesto, amantes en su ausencia; pobre Agapito, y tanto que sabía de inversiones.   Desde las sombras de ese sueño entraba después Oscar, quien regresando de la Costa Azul para el entierro de su progenitor, enterado de lo sucedido por el e-mail que le enviara su hermana Elba, no vacila en matar a su infame tío y a su madre amada, con una pistola 9 mm, para vengar la muerte de su padre. Un grito lanzado con desesperación por Helena la vuelve a la realidad junto a su fiel amante, quien con ojos desorbitados inquiere la razón de tan abrupto despertar. Ella le relata lo sucedido arrodillada a sus pies suplicándole protección. El joven escucha sin perder detalle para luego consolarla.

La segunda noche de los sueños, en un momento exacto, Helena distingue en el hueco confuso a un ciego que en Quito contaba sus mismas historias por CVN, presencia que no interpreta por no ser éste un personaje conocido dentro de su pasado; ese pasado que ahora la atormenta, pero que nadie debe conocer, ni la SIDE. Ve también a Pedro discutiendo animadamente con Héctor y Pola.   Los tres hermanos, hijos de Plácido, manipulaban una computadora, en cuyo monitor veían el programa Paraolympic, empujándose en medio de risas y gritos para tomar el mouse, sin advertir la entrada de Antonio. Como si se tratara de una representación teatral, Héctor y Antonio entablan una feroz lucha en medio del proscenio ante miles de espectadores que aplauden y gritan desde las gradas de un monumental estadio. Antonio, con golpe de carate, hiere mortalmente en la garganta a su contrincante, en medio de espesa lluvia de papelitos que tapa a los personajes haciéndolos desaparecer. Helena despierta excitada esa noche por haber visto a Pedro, su dueño durante diez años, y no puede menos que añorar las siestas en que se bañaban desnudos entre pétalos de rosas en las cascadas del Iguazú. Esa noche su personal training no supo comprender por qué percibía distante a su amada, pero interpretó con alivio la presencia del ciego.

La tercera pesadilla la llenó de estupor: En ella se confundía, como en un tornado de Florida, la gigantesca muñeca Barbie que el bioquímico, esposo de Helena, hizo entrar en la fábrica de soda de Pedro como felicitaciones por sus éxitos en la bolsa, - éxitos que él no había podido frustrar, ni aun con la ayuda de sus amigos inversores -. Mezclada con la Barbie reconoció en ese sueño a Pablo, cuando era descubierto por sus admiradoras mientras destejía su promesa esperando a Hugo, su pareja gay. También aparecieron varios patobicas saliendo de una pequeña puerta corrediza desde la entrepierna de la gran muñeca dirigidos por Hugo, el ingenioso naviero, quienes, volcando ácido en las piletas de soda, provocaron el quiebre de la empresa. Esto motivó que Pedro se presentara a convocatoria de acreedores, ya que se había fundido, razón por la cual, en un acto digo de sodero decente, devolvió su amada Helena a su marido. Vio además en la pesadilla, otra vez al hombre ciego contando ahora a la Legrand las historias familiares que ella debía preservar, y en el centro del caos a Zoilo señalándole un fax donde Helena leyó: "Soy el presidente de la asociación de neurólogos unidos", y amenazante le transmitía su mandato. Al despertar, comprendía la razón de su castigo. Acudió a Tita para pedir consejo, quien de inmediato le dijo: No olvides los análisis, muchacha querida, pero cuando Helena estuvo frente a ella recordó las palabras de su padre. - "Tú, hija predilecta, elegiste a Susana y siguiendo su ejemplo tomaste el camino de la belleza frívola y mundana, descuidando mi consultorio, sufrirás la angustia de los recuerdos del vergonzoso pasado de tu familia, pero nada dirás o tus cabellos se convertirán en nido de piojos" - y se volvió al country sin relatar a Tita tal desconsuelo. Consultó entonces a la turca que lee las borras de café, quien, luego de observar las entrañas del pocillo, le vaticinó que a la tercera aparición de un ciego su vida cambiaría, y para conformar su deseo le explicó que era, sin duda, una gran noticia.

En la noche siguiente, temerosa de nuevas amenazas, resiste el sueño abrazada a su joven amante, pero es inútil, pronto aparecen los largos cabellos enredados en las sombras de la zozobra envolviendo a Antonio, quien delante de Notre Dame de Paris espera a Pola, hermana de Héctor, para casarse con ella. En lugar de la joven viuda llega Pedro, su amado Pedro portando un sifón. Otra vez esa excitación cubriendo su cuerpo al ver el rostro del joven sodero, quien con un chorro certero hiere a Antonio en la campanilla, cuando éste tenía la boca abierta, dándole muerte. Desde entonces todos hablan de la campanilla de Antonio. Por tercera vez la sorprende el rostro del ciego, ahora en "Esto es América", en cadena desde Miami, con una leve sonrisa saliéndole de la comisura como mueca de estatua, y a su lado Piro, hijo de Antonio, quien súbitamente, para vengar la muerte de su padre, - el de la campanilla - con saña procede a degollar a Plácido y raptando a Andrea, viuda de Héctor, para hacerla su esposa, huye llevándose consigo a Pedro a quien hace desaparecer de inmediato del sueño. 

- ¡No! No me dejes. - Grita Helena desesperada, volviendo en sí. 
- Aquí estoy, amada. - Contesta el joven atleta soñoliento, pero con perfecta pronunciación. 
- ¿Qué?, ¿Tu hablas correctamente? ¿Tienes inteligencia? - Pregunta asombrada Helena y presa de furia lo lleva hasta la clínica donde le hacen un minucioso electro encefalograma; para descubrir asolada que su cerebro permanece entero y sano.
- Yo he visto tu cabeza achicharrarse, Grita Helena histérica. 
- No fui yo, ese era mi hermano gemelo. - Responde el joven, quien agrega con sorna. - No todos los gemelos están unidos como tus hermanos Carlos y Eduardo.
-¡Enfermeros!- Chilla Helena, mientras sale del consultorio a buscarlos.
Los enfermeros entran corriendo, con los blancos delantales al viento, esgrimiendo jeringas en el brazo derecho y algodón en el izquierdo. 
- Cállenlo. - Ordena la hermosa para nada, tras de ellos. Los enfermeros deben silenciar para siempre al impostor: aprontan las agujas, apuntan directo a la camilla, pero el joven personal training ya no está; se ha ido trotando al aeropuerto para tomar el primer vuelo a Miami, para darle a Homero - esta vez en persona - las últimas noticias del secreto de Helena.

 

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