PRINCIPES DE OCCIDENTE:   LOS IBEROS

Raphaël Marí Caselles

 

En Barcelona (España), tuvo lugar hace aproximadamente dos años una Exposición y Congreso en el que se dieron  a conocer más profusamente datos acerca de uno de los pueblos que habitaron en la antigüedad nuestra Península Ibérica.

Según comentarios de la Catedrática de Arqueología de la  Universidad de  Valencia, Carmen Aranegui, los pueblos IBEROS proceden del río Iber (Ebro).

Los IBEROS no vinieron de ninguna parte. No llegaron, como algunos pensaron, de Asia o de Africa. Eran una gran etnia, dividida en pueblos,  que habitaron la cuenca occidental del Mediterráneo. No eran pueblos semitas o camitas.

En el caso del mundo íbero, los reyes detentaban el poder político y religioso, como miembros que eran de la casta dirigente: La aristocracia o nobleza guerrera, impregnada de un sentido superior de la existencia. Dicha casta era la única que se dedicaba al ejercicio de las armas.  En el pueblo Ibero no existía  un ejército profesional. Tan sólo los aristócratas tenían derecho a ser guerreros y a defender su ciudad, - por eso están siempre representados en esculturas e incripciones- con las armas de las que eran portadores, al igual que los etruscos. Era la suya una sociedad jerarquizada:  Los jefes representaban a todo el grupo, organizado en familias nucleares, tales como los clanes celtas o las genes romanas.


Guerrero en bronce de La Bastida de 
les Alcuses (Valencia) - Ibérico
Era la suya una concepción guerrera de la vida muy propia también a los pueblos indoeuropeos, que no solamente concebían la guerra en su sentido externo y más obvio, sino que incluso le daban una importancia mayor a su vertiente interna: En el fragor de la acción bélica el hombre vence sus debilidades, sus miedos, forja su voluntad, su carácter se robustece, elimina las miserias y pequeñeces que nublan su alma y entra, en medio   del frenesí del combate, en estados alterados de conciencia que le pueden permitir despertarse a una realidad superior de la vida más allá del mundo sensible.  

El hombre, no obstante, es la antítesis de la representación femenina. Sus atavíos más valiosos son las armas, representándole a menudo, desnudo con ellas. La máxima prerrogativa para un guerrero íbero era presentarse como jinete- El caballo, atributo guerrero y social, era para ellos un elemento de prestigio del más alto nivel. Los animales eran símbolos sagrados;   así,  el ciervo se vincula a la divinidad  femenina en tanto que el caballo-instrumento de guerra a la masculina. Los "exvotos" u ofrendas a la divinidad-de bronce, ofrecidos por nobles, hacen alusión a las armas como signo de prestigio;en ellos los  caballos   están en  muchos casos, enjaezados  de forma artística.   Las  tumbas de los varones siempre eran las más llamativas, en tanto que hay pocas tumbas en las que se vean riquezas, suelen ser simples y con muy pocas ofrendas.  

La "fides" y la "devotio" eran cualidades que se les reconocia a los íberos. La lealtad y el mantenimiento de la palabra, el compromiso hasta la muerte les distinguían de otros pueblos.

Existian unos ritos iniciáticos en los cuales el adolescente dejaba de ser un niño y pasaba a formar parte de lo que en algunas tradiciones se conoció como "sociedades de hombres"; es decir, que pasaba a ser un guerrero. Así, se hallaron muchas estatuillas en santuarios íberos que representaban este tipo de rito iniciático.

Independientemente de la vestimenta y de las armas, uno de los signos externos que identificaban al que ya formaba parte de las "sociedades de hombres" aludidas, era la barba, como se puede comprobar en el anverso de algunas monedas romanas del S. I a.C., como es el caso de unos denarios sertorianos de plata encontrados en Huesca  (España).

Si nos referimos a ritos sagrados, en los funerarios existió la costumbre de incinerar los cadáveres. Los cadáveres de los aristócratas íberos ardían en una pira funeraria durante más de un día. Los guerreros se incineraban con sus armas, que eran dobladas y arrojadas al fuego junto con otras pertenencias significativas. Una vez finalizada la cremación, ponían los restos en una urna que era enterrada junto al ajuar funerario. Al pueblo también se le incineraba, pero con pocas ofrendas y sin monumentos funerarios importantes.

Es frecuente que, para compañar al mencionado monumento funerario, aparezcan alas de pájaro. Eso hace pensar que los íberos situaban el más allá en la esfera de lo celeste.

Una de las formas que tenían los íberos de despedir al difunto era con una gran comilona de la que el muerto también participaba de forma simbólica.

Su ausencia de miedo a la muerte, junto a las cualidades propias del guerrero: Valor, fidelidad, lealtad, honor, así como la superación de la aprensión al sufrimiento físico, explican la cita hecha más arriba, en la que hacía referencia al compromiso hasta la muerte del mílite íbero.

Los monumentos o esculturas edificados sobre o junto a la tumba, son torres, pilares estela, túmulos escalonados, etc.

El romano invasor de la Península Ibérica no tuvo inconveniente alguno a la hora de mezclarse sanguíneamente con el íbero invadido y de asimilarlo al orbe romano.

Hispania se convirtió, en pie de igualdad, en una provincia más del Imperio romano.

A su llegada a la Península, a finales del siglo III a. C., Roma encontró una cultura fácilmente adaptable al modelo romano. El movimiento de tropas romanas, unos 6.000 hombres por legión, que se instalaron en Hispania para conquistarla, dejó tras de sí un montón de hijos que, con el tiempo, reclamaron sus derechos. Para ellos se fundó la ciudad de Carteya (San Roque, Cádiz), para los hijos de hispanas y de soldados romanos.  La realidad es que de ese cruce nació Hispania.

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