EL LAVARROPAS

Lina Antony de Jovanovich

 De su libro: “Poemas... cuentos... y fotos”

                                             

Otra vez le molestó la espalda.  Parecía que tenía una faja de hierro desde la cadera hasta los hombros.

Hoy se animaría a decirle a Ramón que comprara un lavarropas.  Hoy tenía que animarse.  Era jueves, seguro que vendría fresco.  Nada lo molestaría.  Los chicos vendrían del parquecito recién a las 9, así que tenía un par de horas para ablandarlo.

Empezó a pelar papas.  El estofado de papas era su preferido y el aroma de la olla  ayudaría.  

¡Qué hermoso quedaría ese rincón de la cocina!

Seguro que será blanco, pensaba, para que haga juego con la espuma.  Su ronronear me acompañará mejor que la radio.  Además, en cuotas, como las que da Don Jaime, no será pesado.  Y valdrá la pena amasar pan para ahorrar para la cuota... ¿Qué marca?  Cualquiera.  Todas deben ser buenas.  Pero eso sí: blanco y redondo.

Entre papa y papa, Martina se detenía a soñar con su lavarropas.  Cuando puso la olla, empezó a alistar la mesa.  Así tendría tiempo de hablar.  También preparó mate, por si acaso, y dejó la botella de clarete a mano... con Ramón, nunca se sabe.

Se fijó bien si en el baño estaba todo en orden.  Llenó de nuevo el balde y puso toalla limpia.

Barrió las hojas del patio y sacudió la lona de la reposera.  Sacó la ropa seca del alambre y la llevó adentro para doblarla cuidadosamente.  Si usaba menos la plancha, también serían unos pesitos para la cuota.

Todavía faltaba media hora.  Aprovechó para lavarse la cabeza y cambiarse la blusa.

El tiempo no pasaba.  Salió al portón y se dio cuenta que las hormigas casi cubrían el rosal nuevo.  Justo ése que le regaló su suegra.  De un pique cruzó la calle y le pidió a la Antonia el veneno que usaba.  No se demoró nada.  Ni preguntó siquiera como andaba de la presión la abuela internada.  Nada.

Cuando cruzó de vuelta vio a Ramón que doblaba la esquina.

El primer cintarazo le golpeó el hombro y la espalda.

El puño le lastimó el labio y le hinchó un ojo.

Cuando la dejó tirada sobre el piso le encajó una patada en las costillas.

No dijo nada.  Martina no gritó como otras veces.  No lloró.

Se mordió la lengua y se levantó despacio, mientras él se iba al baño.

Mareada, se acercó al fogón.

Destapó la olla.

Le pareció que estaba llena de hormigas.

Sin dudarlo, espolvoreó el veneno sobre las papas.

   

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