UNA SILLA ESPECIAL

Jesús Iglesias

Que equivocado está todo aquel que piensa en que la sabiduría se encuentra solo en libros o en las enseñanzas que nos puedan ofrecer los sabios. ¡Cuantas veces el destino se encarga de demostrarnos que cualquier momento, cualquier persona es capaz de aportar algo nuevo a nuestras vidas! Experiencia, amor, saber.

Esta es una pequeña historia, una historia vivida por un hombre sencillo que decidió aportar parte de su tiempo durante unas vacaciones y resultó ser receptor de una de las mas maravillosas lecciones que tuvo oportunidad de recibir.

Jesús decidió realizar algo distinto aquel verano, empezaba su vacaciones y no tenía nada decidido. Su hijo le propuso que estuviera con él como voluntario en la Cruz Roja y le vino a la mente  una serie de ideas; era bueno pasar más tiempo con su hijo durante ese tiempo libre, podría ser interesante conocer esa experiencia y quería sentir la sensación que produce repartir algo de su tiempo entre los demás.

El primer día le encargaron que bajara a la playa unos artilugios raros. Eran una especie de sillas con ruedas y flotadores. Nunca había visto nada parecido y pensaba que, probablemente aprovecharían para algún tipo de ayuda a gente que sufriera desmayos o ahogamiento.

Se encontró con dos personas, Juan y Pepa, su carácter abierto le sorprendió gratamente y empezaron a explicarle que eran unas sillas especiales, que servirían para que algunos disfrutaran por primera vez de la sensación del baño en el mar.

Poco a poco empezaron a llegar esos seres tan extraños anteriormente para Jesús, personas deformes por sus enfermedades, muchos de ellos no sabían articular palabras casi. Sus manos, sus piernas, sus espaldas estaban rígidas. Sus caras, en cambio, comenzaban a irradiar una sonrisa abierta cuando vislumbraban a Juan o a Pepa, solo entrar en la pasarela que conducía a la orilla del mar era para ellos un camino hacia un momento de felicidad.

Jesús siempre tuvo lástima de esas personas, pensaba en lo desgraciados que deberían ser al no poder valerse por si mismos, por eso decidió que su labor de esas vacaciones iba a ser proporcionarles esa ayuda. Fue como un rayo de luz que cruzó por su cabeza.

A cada instante se sorprendía más, veía que Juan no los trataba con la delicadeza que él lo habría hecho, se atrevía a ponerles apodos (Lola Flores, Karmele, Manolo Escobar), les hacia cosquillas, les contaba chistes verdes y hasta a alguno lo colocaba mirando a la chica mas hermosa de los alrededores para que contemplara sus curvas.

Dice el refrán: Donde fueres haz lo que vieres. Y Jesús comprendió que lo mejor sería actuar como aquel  experto, dejándose llevar por él. Empezó a conocerlos, no eran tan desgraciados como pensaba, su voluntad por querer vivir y disfrutar de las oportunidades que se les presentaban en la vida comenzaron a enseñarle sobre su equivocada visión.

La primera vez que recogió a Maria José para situarla en la silla fue algo que quedó grabado, su mirada agradecida y el gesto de satisfacción al saber que iba a poder bañarse sola o charlando con su madre al lado sin que ella tuviera que estar sujetándola. Fue para el algo extraordinario poder conducirla hasta el mar mientras sus grititos protestaban por la repentina frialdad del agua, no hubo susto, solo la misma reacción que cualquier persona realizaría en esa situación.

Se quedó contemplando la escena cuando la dejó en el mar, ella era un ser feliz y Jesús recibió su primer regalo.

Durante todo el tiempo que transcurrió desde ese primer día hasta que finalizó un mes después fue aprendiendo de esos maestros, supo que algunos de ellos emprendían largos viajes con sus sillas eléctricas a balnearios, iban a divertirse con sus amigos, tenían conocimientos de informática, y, sobre todo, ganas de vivir. Ninguno decía estar preocupado por sus kilos de más como hacen muchas de las personas que, pudiendo disponer de dos manos para acariciar, dos piernas que les permitan desplazarse con libertad  y la suerte de poder expresarse con la palabra, suelen poner constantemente en su repertorio esa queja. Fue otra lección, ahora cuando encuentra a esa persona, Jesús, agarra sus brazos, le hace ver que tiene mucha suerte al poder disponer de ellos, de todo un cuerpo sano y libre, y del agradecimiento que debería tener hacia la vida por no tener que depender nada más que del espejo , la báscula, y de las tontas imposiciones de la moda.

Terminó el mes tan velozmente que parecía no haber transcurrido el tiempo, cada día la primera sensación era esperar que llegara la hora para bajar las sillas y comenzar a hacerles cosquillas a Chús, contarle chistes verdes a Manolo Escobar y hacer de rabiar a Karmele.  Se convirtió en un “experto”, y al fin pensó que grandes lecciones había recibido, ya no sentía lástima por ellos, sentía amor.

La última noche fue invitado a cenar en señal de agradecimiento, Jesús no quería recibir el agradecimiento de ellos como un pago a sus servicios y no se atrevía a acudir, fueron muchas llamadas a casa las que lograron convencerlo de acudir a la cita. ¡Que guapos estaban todos! Con sus mejores ropas, con sus sillas de los domingos, cuantos besos pudo recibir. Sentado frente a Maria José observaba su esfuerzo por atinar con el tenedor a una aceituna que se le resistía, quizá antes se hubiera atrevido a ayudarla pero comprendía que ella no le daba importancia a esa cuestión de habilidad, hasta que pudo hacer que claudicara, y los gritos de ¡vivaaaaa! tronaban  en su cabeza . Bien, María José…  pudiste hacerlo de nuevo.

Hoy leía un poema se cree de Gabriel García Márquez, “La Marioneta”.  Palabras sublimes que nos hacen pensar que casi siempre llegamos tarde, cuando llega la gran hora de la imposible marcha atrás, pretendemos recuperar un minuto  de nuestras vidas, solo un minuto  para poder decir….”Dios mío, si yo tuviera un trozo de vida..  No dejaría pasar un solo día sin decirle a la gente que quiero, que la quiero”.

Tenemos por delante no solo un minuto, disponemos de años, una vida entera para no tener que estar rogando a Dios ese pequeño instante, es una oportunidad que se nos brinda y nos negamos a aceptarla, sin pensar que luego será, infelizmente, demasiado tarde.  Digamos ahora  OS QUIERO

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