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PEDAGOGIA DE LA INUTILIDAD

Carlos Yusti

Los escritores son los seres más fastidiosos que existen. Conforman las personalidades sicopáticas más inusuales. Muchos de ellos son unos pelmazos, tanto en su vida personal como en lo que escriben. Por supuesto debo incluirme por haber escrito algunas babosadas. No me incluyo por humildad, sino más bien para saldar cuentas con una cofradía en la que sus integrantes parecen tener muy mal administrado el ego y la autoestima. Si se considera lo escrito por Michel Houellebecq: "La literatura no sirve para nada. Si sirviera para algo, la canalla izquierdista que ha monopolizado el debate intelectual durante el siglo XX ni siquiera habría podido existir."  Este siglo, venturosamente, terminó hace poco; es el momento de volver una última vez (al menos eso cabría esperar) a los prejuicios de los "intelectuales de izquierda", y lo mejor es sin duda evocar Los demonios, publicada en 1872, donde su ideología ya está expuesta integralmente, donde sus perjuicios y sus crímenes ya están claramente anunciados a través de la escena del homicidio de Chatov. Ahora bien, ¿en qué han influenciado al movimiento histórico las intuiciones de Dostoyevski? Absolutamente en nada. Marxistas, existencialistas, anarquistas e izquierdistas de todo tipo han podido prosperar e infectar el mundo conocido exactamente como si Dostoyevski no hubiera escrito jamás una línea.".  Ante semejante argumento hay que convenir que el escritor ocupa en la sociedad el último lugar en el escalafón social. Las focas, las ballenas y los árboles tienen más fanáticos. 

Cuando asevero que en el escritor su ego y su autoestima están mal administrados me refiero a que como es capaz de modular en el papel tres o cuatro frases coherentes ya se siente predestinado a proclamarse como faro social y espejo cívico. Sin tener en cuenta que la gente se encuentra tan idiotizada por la frivolidad que no necesita ni filosofía mucho menos ideas que le compliquen su existencia ya que lo suyo son las marcas que identifican la ropa, los electrodomésticos y los perfumes. De todos modos el escritor no puede mantener la boca cerrada y su salto de simple escribidor de historias a intelectual es una tentación que ninguno desperdicia. Sin mencionar que el escritor asume su tarea de intelectual "comprometido" con una seriedad pomposa y fúnebre que hace bostezar al más atento. Son unos aguafiestas, unos mercachifles de la plusvalía ideológica, unos buhoneros de ideas de utopías posibles al mayoreo, algunas veces tejidas en una jerga intrincada y profesoral para que no descubran que sólo son unos lamesuela con ínfulas tan conservadores y pacatos como el frotaesquina del barrio, el diputado o cualquier ama de casa.

Los escritores son tipejos de segunda. A nadie le importan sus opiniones. A ninguno de sus lectores le chiflan sus dictámenes fuera del recuadro de lo literario. Para nada sirven sus libros y sus ideas son la guinda rosa de ese gran marasmo, de ese gran pastel de subsidio que se llama Cultura sea oficial, de izquierda, progresista, de derecha, nazi o vegetariana. Y esta aseveración tiene su base. Busque en cualquier diario alguna entrevista cuyo protagonista sea un escritor. Mire la televisión y diga cual opinión reciente conoce emitida por alguno de ellos. Lo dicho por el autor de "El loro de Flaubert", Julian Barnes posee una contundente precisión: "Los juicios extraliterarios de los escritores importan un comino en Inglaterra. La única forma que tendría en mi país para abrir las noticias en cualquier medio sería asesinar a mi esposa, quemar mi casa, matar con un hacha a otros tres escritores y ganar Wimblendon en el mismo día". Sin mencionar que los suplementos culturales desaparecieron de los periódicos más importantes del país. Cuando de saldos rojos se trata la literatura y la cultura son bienes prescindibles.

En los medios tienen más espacio y centimetraje los politicastros de saldo y ocasión, los criminales y los cabezas huecas que menudean en la farándula cinematográfica o televisiva. Poetas, novelistas, filósofos o ensayistas no proporcionan raiting, tampoco vende publicidad, pero una malvada ricachona haciéndole crueldades a la bella fregona en la telenovela de horario vespertino vende felicidad y productos de toda índole. Los senos con silicón tiene más que decir que un miserable el cual ha leído mucho y tirado poco o como lo expresa un personaje de una novela de Kurt Vonnegut: "Cuando mi pataleta -es el nombre que le he dado a mi televisor-me agita un par de tetas en la cara diciéndome que todo el mundo va a echarse un polvo esta noche, menos yo, y que para evitar esta tragedia nacional tengo que comprar píldoras, un carro o un gimnasio casero, me meto debajo de mi cama y río como una hiena." 

El intelectual como mandarín (tipo Sartre, Octavio Paz, Camus y los demás), como mediático enciclopedista de los valores humanos hoy despierta más recelo que adhesiones. Perdidos en sus laberintos intelectuales nunca se topan con el Minotauro y en vez de encamar a la bella Adriana le escriben un poema. Están más interesados en las ideas que en el alma y por esa razón Paul Jhonson escribe: "Sobre todo, siempre debemos recordar lo que los intelectuales habitualmente olvidan: que las personas importan más que los conceptos y deben ser colocados en primer lugar". 

En lo personal me hubiese gustado escribir aquella frase "hay que sembrar el petróleo" o esa que propugna que "la Universidad es la casa que vence las sombras", me hubiese encantado escribir un mensaje sin destino o aquella frase ripiosa de "creo en los poderes creadores del pueblo", ustedes saben frases que otorgan caché, las cuales permiten que la gente común piense que uno es una verga de triana, la última cocacola del desierto y otras frases hechas en ese tenor folklórico y barriobajero. Como escritor uno quisiera sentar cátedra, pero se queda en el jabonoso espacio del dicterio y el panfleto. Seguro nunca tendré la estatura promedio de un intelectual made in Venezuela; no obstante nadie me salvará de ese bochorno que etiqueten una calle con mi nombre, o que mis escritos pasen al mausoleo del pensum de estudios del bachillerato y termine uno como autor odiado por adolescentes sobresaturados de hormonas e idiotez.. 

Hay un cuento de Pedro Emilio Coll que trata de un niño, Juan Peña, a quien otro compañero de juego le parte un diente. Juan se dedica a pasar su lengua por aquel diente partido a la mitad. La gente lo cree un niño sumido en sus pensamientos. El muchacho crece y lo precede una reputación de erudito y hombre inteligente que le abre todas las puertas. Sin pronunciar palabra escala altos puestos en la sociedad y una muerte repentina libró al pobre Juan Peña a ocupar la presidencia. La gran tragedia nacional no es que dependamos del petróleo, ni que militares de guardarropía gobiernen, mucho menos que marxistas trasnochados hagan gala de un grado de embrutecimiento tenaz. No, nuestro gran drama es que nuestros intelectuales y demás grey de la inteligencia son dientes rotos. Una gran horda de dientes rotos lleva las riendas del país. Escritores y poetas sencillamente son ceros a la izquierda. Seres o ceros inútiles y que hoy reivindiquen a Ezequiel Zamora, que le tenía ojeriza a los letrados, es sólo justicia poética. El escritor italiano Ermanno Cavazzoni escribió: "no es fácil volverse escritor, pero tampoco es fácil volverse inútil. Para conseguirlo hace falta una buena articulación entre el aprendizaje de los pecados y otras siete circunstancias que se acarrean (las escuelas a las que se concurre, las familias en las que uno se cría, las vejaciones sufridas, las esperanzas que se esfuman, los fantasmas que vienen de visita, lo vagabundo que se termina por ser y las demencias de las que nadie se salva)." 

Esforzase por ser inútil, antes que un buen escritor, sería la gran tarea de todo aquel que se digne en rayar papeles. La sociedad está plagada de gente útil, de totalitarios del orden y la utilidad. El escritor debe centrar su actividad en la creación de una pedagogía de la inutilidad para enseñar al hombre práctico a perder el tiempo leyendo una historia, viendo un amanecer o escuchando el canto de los pájaros. El escritor jamás, y bajo ningún concepto, debe asumir la literatura con seriedad, quienes así la asumen son aquellos que censuran y queman libros. Que te leen o no ya no importa tanto como divertirse aporreando algún teclado o emborronando páginas. La historia es una sucesión sangrienta e infame de profetas y salvadores. Después de todo dedicarse a la literatura (como lector o escritor) siempre será menos dañino y aunque el mundo no logre con ello ser mejor, por lo menos será menos ladilla.

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