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LA SABANA NEGRA

Migdalia Ma. Pellicier

 

Les tomó mucho cruzar la quebrada esta vez. Las aguas habían alborotado al barrio entero. Según decían los hombres que habían vivido más tiempo en aquel barrio, “un día de éstos un huracán se va a llevar la loma completa y todos vamos a terminar muertos en el valle, arrastrados por el lodo y las aguas violentas de la quebrada.”

De todas maneras, las hermanitas habían escuchado el relato y le daban el mismo valor categórico de los cuentos del cuco; se asustaban cuando los escuchaban, pero sabían que no era verdad. Tan solo que esa semana parecía que los viejos tenían razón. Las aguas de la quebrada habían crecido e iban arrastrando todo lo que se hallaba depositado cerca de su cauce: los latones, las latas viejas, unas chancletas que todavía se veían buenas, en fin.

Clara y Blanca Rosa, agarraditas de la mano se habían arrinconado del árbol de aguacates y desde allí escuchaban el violento cantar de las aguas de la quebrada del barrio.

- ¿Por qué estás tan callá’, Blanca Rosa?- preguntaba la ingenua Clarita de apenas seis añitos.

- Ná’, pensando si es verdá’ que las aguas nos van a llevar.- contestaba mientras observaba como el agua azotaba a la piedra grande que utilizaba como escalón para cruzar de un lado a otro.

- ¿Tú crees que nos va a llevar de verdad?

- Yo no creo…¿tú ves esa piedra grande?- dijo al señalarla- esa piedra se ha aguantao’ ahí aunque el agua le dá duro…y así somos la gente del campo, nos la aguantamos cuando las cosas nos dan duro, pero quedamos en pie pa’ seguir batallando.

- ¡Oh! – fue su única respuesta mientras regresaba su mirada ingenua hacia la piedra, tal vez rogando que no se fuera con la corriente.

Las niñas habían perdido a su madre hacía unos años. Les habían explicado que la había picado un mosquito malo de patas blancas y negras que le traía la muerte a todo el que bregara con latones de agua, y desde ese entonces, su padre se había dedicado a gastar casi todo lo que ganaba en la bebida, a no ser por el chispo de arroz y café que siempre debía en el colmado de Don Agapito. Blanca Rosa, que aunque con sus diez años de malnutrición aparentaba ser más chica, (aunque al hablar, decían algunos que lo hacía con la sabiduría de una vieja), se había responsabilizado de su hermanita menor.

Aunque se había escuchado por el barrio que ahora era obligatorio enviar los hijos a la escuela, la tal ley no había sido reenforzada en el barrio y Blanca Rosa se la pasaba por el campo, buscando frutas o algún coco seco, para variar el escaso menú de su casa, con su única hermana.

De su madre, Clarita solo conocía las historias que le relataba su hermana mayor. Cuentos que la hacían sentirse protegida, porque según su hermana, su madre las velaba desde el cielo.

Ya estaba anocheciendo cuando Blanca Rosa tomó a su hermanita por el brazo y la retiró del árbol de aguacates. Los mosquitos ya comenzaban a desplegarse por el área, cuando ésta, al haber estado observando el agua por tanto rato, se percató que la corriente traía a un ahogado. Su cuerpo, como el de un muñeco, iba chocando con las piedras que se encontraban en su camino, hasta salir rodando con el próximo empujón de la corriente cruel.

- ¡Vámonos a la casa! – le gritaba a su hermanita sin confesarle el por qué del apuro.

- ¿Por qué la prisa?

- Los mosquitos están saliendo. Vámonos y apúrate.

Se alejó junto a su hermanita aún mirando hacia atrás y observando el cuerpo abatido y desgraciado. Esa noche la quebrada rugió. De la corriente impecable se escuchaba una melodía de terror. Las dos niñas abrazadas en su hamaca miraban al cielo através del hueco que había en el techo de su alcoba. Parecía que una sábana negra lo arropaba todo, con excepción de los diminutos puntitos de luz de las estrellas y la cara redonda de la luna. Aún escuchando el rugido de la quebrada y acariciando los cabellos piojosos de su adorada hermanita, le dijo:

- Mamá nos arropa todas las noches con esa sábana negra, negra para que no nos moleste la luz y podamos dormir,…pero como siempre hemos sido pobres, por eso la sábana tiene tantos rotitos…mas no le creas a la gente, Clarita, cuando insistan que esa cara redonda es la luna, … ¡pues es mentira!...dicen que la gente cuando es buena y se muere, se convierte en una luz brillante…y yo sé que esa cara redonda, es mamá que le hizo un roto más grande a la sábana , para que la podamos ver de vez en cuando y sepamos que nos está cuidando.

Al día siguiente, los guardias de la Defensa Civil encontraron a la únicas sobrevivientes del barrio que había sido arrasado por las fuertes corrientes-relámpago que habían destruído todo lo que se encontraba en su camino. Lo único que quedó intacto, fueron los maderos que sostenían una hamaca, en donde dormían dos niñitas abrazadas y entregadas a un sueño angelical.

 

 

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