ARTESANOS - ESCRITORES - ESCULTORES - FOTÓGRAFOS - PINTORES - MISCELÁNEAS

LA PRINCESA DE ÉBOLI

Joan Lluís Montané*




                  Antonio Villatoro
La lucha por el poder, la competencia en un mundo de hombres donde todo estaba regido por sus designios, en unos momentos de expansión internacional, conducen a Ana de Mendoza, Princesa de Éboli, a la adopción de posicionamientos inusuales para la época. Pero la historia es como los seres humanos, siempre envuelta en un halo de misterio, en un paradigma de los deseos, en un laberinto de pasiones y desencuentros, circunstancias excepcionales y actitudes acordes con la propia existencia. Luchar con la fortaleza de los elegidos por el destino, para hallar el sustento de los suyos, empleando métodos ortodoxos o poco ortodoxos: ni más ni menos que los que utilizaban los demás para conseguir sus propósitos. La única pega es que era mujer, sexo femenino, débil, que tenía que estar destinada a esposa de o bien a monja recluida en un convento dada su alcurnia. Circunstancias del destino, un carácter avezado y una propuesta digna de encomio, todo ello en línea con su elevada decisión de conseguir los objetivos trazados al precio que fuese la condujeron al trágico destino.

Los artistas que interpretan a la Princesa de Éboli en esta exposición basan sus discursos en la esencia del carácter de Ana de Mendoza, en sus intríngulis pasionales, en su fortaleza como ser humano y mujer. Admiradores de su poder de desafío, de sus habilidades con la espada y en la corte; adoradores de una estética sutil bella, con un solo ojo, el famoso parche, que la convierte en leyenda, en mito de la historia castellana y universal.
Profundizan en la mujer de carácter, en su valentía, en su capacidad de sufrimiento continuo, en sus habilidades para conducirles a la persistencia de la elaboración de la narración en la que Ana de Mendoza, ya no es Ana, es la Princesa de Éboli, la que defiende a capa y espada sus derechos. Dicen que fuma en puro, que participa de las intrigas políticas, del poder temporal que enlaza con los designios más preclaros. 


Concha Márquez

Busca la salida a su propio laberinto, que es la capacidad de aguantar, esquivando las prebendas inconsistentes que se le ofrecen y ahondando en su posicionamiento peculiar en los momentos clave de su proceso de acercamiento a las cotas dominantes de lo real. Evocadora de fantasías, las suyas, que trata de hacerlas realidad, pero empleando su verdad para tomar partido, incluso contra los intereses de su rey. Ante todo mujer excepcional.

También hay mucho de drama, de historia turbulenta, de crueldad y de actos nimios. El mito, en los pinceles y obras de algunos de los creadores participantes se diluye, en ocasiones, en la nada, descubriéndonos, ante todo, a la mujer, pura y simple. 


Emilio Morales

Una mujer que, aunque no muy alta, era bella, más bien agraciada. Quizás, en la retina de otros es vista como la artífice de la belleza reivindicativa, de la mujer-hombre, ser andrógino que cabalga por los vericuetos de la vivencialidad. Entidad, supra-entidad, ser de carne y hueso que muestra sus designios, sus deseos, sus anhelos, llorando y riendo, siendo otra vez niña.

También los hay que la interpretan como una mujer realmente 'estética', aristocrática, elegante, donde la sensualidad de la mirada se transmuta en un placer para la visión, alejándose de la historia, de los hechos que acontecieron, de la dinámica cotidiana del momento en que pasó todo. Extrapolan su personaje, fijándose en la parte física, en la belleza material y perecedera, para comunicar esa suerte de extraña iluminación que siempre la acompañó en todo momento y circunstancia. Una iluminación especial, basada en la sensibilidad para con los suyos, su marido y sus tierras. Con una actitud de protección, madre coordinadora de las tareas, caudilla que en la Castilla de entonces y también en la de ahora aún hay muchas. Sociedad matriarcal sumida a los designios de los grandes señores, caballeros curtidos en mil guerras, que lucen sus espadas, que conquistan nuevos territorios para la grandeza de España. Pero es una conquista eminentemente masculina, en la que participan soldados-hombre, reyes-hombre, que dictan leyes que controlan de forma masculina. En este entorno viril, de grasa, sudor, lechos de madera, caminos polvorientos, vino, cantinas, castillos de piedras, armaduras y caballos veloces, surge la voz de la feminidad, de la mujer que se eleva por encima de la nubes, que se aparece con la fuerza que da la convicción, en unos momentos de un ligero cambio en Europa y también en nuestro país, aunque mucho menos, dentro del ámbito de lo femenino. 

Hay un cierto predominio de la Princesa de Éboli en las obras que concurren en la muestra en el que la descripción manda en un entorno de matizaciones, en un contexto sutil, precioso, en el sentido de edificación de una princesa que quiso ser reina, que pretendía alcanzar los altares de la coronación y que terminó controlada y encerrada en su propio desdén, aislada de los territorios que ansiaba. De ahí que mande la figuración, con un acento claro en el simbolismo, en la elegancia icónica. Hay un deseo de carnalización, de darle vida, de vestirla de nuevo con los ropajes de la época, para que así, de esta forma, cobre mucho más fuerza su personaje vital, su fervorosa mirada que va hacia los salones tapizados, los candelabros elegantes, los murales y las obras pictóricas colgadas, en un entorno de delicada sobriedad, con algunos toques excesivos de decoración forzada. 

Hay también otras producciones más expresionistas, que remarcan el desencuentro o bien la provocación, convirtiéndola en un emblema de lo dispar, díscolo, ahistorico e intrahistórico. Porque la Princesa de Éboli es hoy un paradigma de los deseos de todos aquellos que se sienten diferentes ante una sociedad globalizada, estandarizada, en la que prima el mercado, en un medio estructurado, medido, controlado y dirigido, para evitar excesos.


Francisca Blazquez



                        Rufino de Mingo

La Princesa de Éboli, anuncio revolucionario de una época que se aleja de nuestra memoria, que pretende conectar con la fervorosa virtud de lo elemental, en el sentido de mostrarnos la miseria que siempre envuelve el alma humana. El afán de poder, la lucha de poderes fácticos, en la que, si no sucede un milagro, siempre gana el poder que más recursos tiene. Es por esa razón que la Éboli va más allá de las circunstancias y de su triste final. Es el símbolo de los perdedores, de los angelicales seres de las ciudades que en el mundo han sido y que no se han realizado a plenitud. También es la madre de los desamparados, de los luchadores sociales, de los que pretendieron ser y no son, pero siguen siendo lo que son. Princesa de Éboli, mujer que trasciende su época, que viaja y cabalga más allá de lo controlable, que se inserta en la esencialidad de lo intuido, que flota a través de las ideas de la esperanza y que consigue alcanzar sus objetivos más allá de este mundo. Es decir ser recordada por lo que fue y entronizada en los altares de la fama, al lado de las potencias de lo visible e invisible.

* De la Asociación Internacional de Críticos de Arte 

Artesanos - Escritores - Escultores - Fotógrafos - Pintores - Misceláneas
Copyright © 2000/2020  cayomecenas.net  - Todos los derechos reservados.