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PANTEÓN REAL

Camilo Valverde Mudarra

 

En Granada, ante la Capilla Real el visitante queda atrapado por la filigrana con aromas simbólicos; la piedra fluye engarzada como en rico aderezo. Embargada el alma por el hondo goce sensual de aquel rincón vetusto y artístico junto a la Catedral y frente a la Madraza, se palpa intensamente el hálito del glorioso pasado en el disfrute. 

Un ínclito olor de Historia se siente intensamente en este templo, «por ser el lugar donde ordenaron y dispusieron el rey Fernando y la reina Isabel que se sepultaran todos los Reyes de España -dice el embajador Navagiero-, en memoria de que esta ciudad había sido conquistada de manos de los infieles», es el antecedente directo del solemne mausoleo que Juan de Herrera realizó luego en El Escorial por orden de Felipe II.

Se fundó por los Reyes Católicos para su sepultura, según Real Cédula del 13 de septiembre de 1504, cuando rayaba en el horizonte el albor de la grandeza de España. Pero los cuerpos de los reyes tardaron algún tiempo en ocupar definitivamente este su panteón. La reina Isabel lo dispuso cuidadosamente en su testamento, «ordenando que esta Capilla se construya junto a la Catedral, se llame de los Reyes y esté bajo la advocación de los Santos ]uanes Bautista y Evangelista», según resalta Antonio Gallego Burín. Mandaba Isabel, además, que así como hubiese hecho la jornada para la otra vida, se la vistiera con el hábito franciscano y, sin tocarla para más, se la dejase sin embalsamarla siquiera, hasta que su esposo, don Fernando, determinase el punto y hora del entierro, «el cual ha de ser en el monasterio de San Francisco, en Granada, en sepultura baja y cubierta con una losa llana y sencilla». La soberana, conociendo aquel 12 de octubre de 1504 que su fin se acercaba, había añadido: «Pero quiero é mando que si el Rey mi señor eligiera sepultura en otra cualquier iglesia ó monasterio de cualquier parte ó lugar 'destos' mis reinos, que mi cuerpo sea allí trasladado é sepultado junto al cuerpo de Su Señoría, porque el ayuntamiento que 'tovimos' viviendo, é que nuestras ánimas espero en la misericordia de Dios tendrán en el cielo, lo tengan é representen nuestros cuerpos en el suelo». Mandaba también que sus exequias fuesen sencillas, «antes como de labradora pobre que como reina poderosa, sin luto alguno ni demasiadas velas; que sería más en servicio de Dios y en bien de los humildes, que se gastase en pan y vestidos para ellos aquello que hubiese determinación de gastarse en ultraterrenas pompas...». 

Isabel y Fernando ostentaron oficialmente título Reyes Católicos en 1494 por una bula del Papa Alejandro VI para compensar a los monarcas españoles, pues los reyes franceses disponían desde años antes, del tratamiento de «Muy Cristianos». 

El 26 de noviembre de 1504, al mediodía, en Medina del Campo, cercana al castillo de la Mota que había sido su residencia, expiraba la reina Isabel, a los cincuenta y tres años. Había reinado otros treinta, llenos de penas y angustias, como la muerte del heredero, don Juan y la locura de doña Juana; a la vez que gozó de éxitos y venturas, como los grandes acontecimientos felizmente logrados: la conquista de Granada y el descubrimiento de América. Con prontitud, se dispuso el traslado de su cadáver a Granada, amortajado con un hábito de áspera estameña franciscana y provisto de un modesto ataúd, que, amarrado a unas andas de madera, se colocó en un carro; y emprendió el camino de Granada, a donde la fúnebre comitiva llegó el 18 de diciembre. Puesto que inicialmente había de servir de sepultura a Isabel la Católica el convento de San Francisco, en la Alhambra, los religiosos de la Orden Franciscana salieron hasta la Vega y recibieron a la comitiva. En Puerta Elvira, aguardaba la llegada del cadáver de la soberana, el cortejo de notables organizado por la ciudad, que siguió camino hasta la Alhambra. En el presbiterio del templo conventual de San Francisco -actual Parador de turismo- se hallaba dispuesta una sepultura «baxa y llana», exactamente como la Reina Isabel había determinado. Cuando, el 6 de febrero de 1516, dejó esta vida el rey Fernando el Católico, del mismo modo, sus restos mortales se transportaron a Granada en cumplimiento de los deseos expresados por el mismo monarca de ser sepultado en aquella fosa junto a Isabel. Ahí reposaron ambos cuerpos hasta el 10 de noviembre de 1521, en que, al fin, fueron trasladados definitivamente a la Capilla Real, monumento artístico anejo a la que García Sanchiz llamó «la más española de las Catedrales».

Situada en el centro neurálgico de la ciudad, la Capilla Real, además de iglesia abierta al culto, es un cofre de valores de interés artístico e histórico. El templo es una rica joya de inconmensurable magnificencia de destellos platerescos y góticos, con su extraordinaria reja de sutil filigrana, frente a su solemne retablo de Felipe de Borgoña, su espléndido conjunto de pinturas flamencas y sus ricos vasos sacramentales y ornamentos religiosos. Históricamente, muestra una importante página del pasado guardado en la cripta en que, sobre bancos de piedra, en ataúdes de plomo, yacen los restos de los Reyes Católicos, de su hija doña Juana y el archiduque Felipe y del niño de dos años, el príncipe de Asturias, don Miguel, que falleció en Granada. El mausoleo de los Reyes Católicos es magnífica obra del escultor del Renacimiento, Doménico A. Fancelli; el de doña Juana y el archiduque es original de Bartolomé Ordóñez, construidos con lujoso mármol de Carrara. 

De no haberse erigido el Real Monasterio de El Escorial, allí, al arrullo de las brisas granadinas, descansarían los restos de los diferentes reyes españoles.

Camilo V. Mudarra es Lcdo. en Filología Románica Catedrático de Lengua y Literatura Españolas, Diplomado en Ciencias Bíblicas, escritor y poeta.

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