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EL ARTE DE LA GREGUERIA

Francisco Arias Solis

"Descartes: el que se descartó de muchas ideas 
para quedarse solo con las buenas."
Ramón Gómez de la Serna.

EL PRIMER ESCRITOR ESPAÑOL QUE LLAMO AL DISPARATE POR SU NOMBRE.

No es la observación minuciosa o ampliada de las cosas lo que caracteriza a Ramón Gómez de la Serna, sino su visión inédita de las mismas. La visión en profundidad, o si se quiere, la visión poética.

Las cosas, en primer lugar: he ahí el nudo del arte de Ramón y la greguería -a través de tanteos y vacilaciones- el instrumento aprehensor de la esquiva presa.

Una amplísima parcela de las greguerías ramonianas se halla directamente relacionada con la preocupación por la palabra. La palabra será medio y fin en muchas greguerías ramonianas.

Ramón se coloca en ocasiones frente a las palabras como ante una nueva y maravillosa realidad. Es una actitud ingenua que establece inmediatamente relación lógica entre el significado del vocablo y el concepto por él designado. El choque se da porque la correspondencia no se da en la realidad. Esta seudoetimología se produce normalmente a un nivel fónico, en la periferia de la palabra, tal como conviene a la mirada de asombro del neófito. Así, los orfeones serán "grandes huérfanos" o bien "mentor parece ser el que enseña a decir mentiras". El procedimiento se revela especialmente apto con las palabras compuestas -o que lo parecen-, cuyos elementos, fáciles de desglosar, se emparejan con realidades muy lejanas: Monomaníaco: mono con manías. Algunas relaciones, tan arbitrarias como ésta, atestiguan cómo es el plano fónico de la palabra lo que sirve al escritor de trampolín para sus piruetas. Se parte, por ejemplo, de la falsa conexión entre luto y luterano para afirmar: "Al decir "luterano" se ve a un caballero más enlutecido y severo que los demás hombres". El juego se produce también con nombres propios, normalmente prestigiosos: "¿Cuál es la mujer más antigua? Antígona".

No se trata de simples juegos de palabras -término demasiado ambiguo, por otra parte-, sino de un tipo de construcción que traduce una específica actitud de Ramón ante el lenguaje. La lengua se le presenta al creador del arte de la greguería como una avalancha de vocablos y expresiones cuyo sentido se le impone. Pero el escritor puede salvarse de esta esclavitud ejercitando un acto de íntima libertad al rebelarse contra los significados y enfrentarse con el lenguaje adoptando la mirada primeriza e incontaminada de un niño. Sólo el recurso a la pureza inicial vigorizará las palabras hasta hacerlas aptas para nuevos modos de expresión.

Si no fuera afirmación demasiado tajante, podría decirse que todo escritor que convierte el lenguaje en problema acaba desembocando, más pronto o más tarde, en la parodia y desarticulación de los clichés y locuciones hechas. Estas fórmulas fijas, repetidas siempre sin alteración posible, representan un atractivo desafío para Ramón, que se lanza también a probar sus fuerzas en este campo de batalla.

Las locuciones parodiadas son de varios tipos. En primer lugar se hallan los refranes de tradición popular, que Ramón trivializa deliberadamente al convertirlos en greguerías. "Nunca es tarde si la sopa es buena". Otras veces se trata de inversiones rigurosas: "Más vale soltar el pájaro que tenerlo en la mano". No falta la espléndida creación verbal. El refrán "medio mundo trata de engañar a otro medio" se convierte en la siguiente greguería: "Medio mundo vive de ponerle inyecciones al otro medio". Son también abundantes las deformaciones -no siempre de tono paródico- de frases históricas o literarias que han tenido gran fortuna hasta convertirse en arquetípicas: "Levántate y lávate".

Detrás de las concepciones lingüísticas de Ramón hay algo más: si el lenguaje es ambiguo y engañoso, es porque la realidad también lo es. Y la greguería brota, en gran parte de estas creencias.

Ramón Gómez de la Serna es el primer escritor español que, siguiendo la lección de Goya, se decide a llamar al disparate por su nombre. En su estupendo libro de los Disparates, nos ofrece esta insuperable afirmación: "Aunque todos convivamos en la misma confusión del presente, esto no puede ser más que una cosa superficial". Y es que Ramón no cesa en toda su obra de poner en evidencia el disparate que somos: recuerda hombre que eres disparate y en disparate te has de convertir.

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