NUBES, PASAJES
Antonio Alfeca
Recrearse en la pestaña o el guiño, la vidamuerte.
Nacer camino de la mañana, fría como un rostro casi ajeno
y ganarse eterno insecto de ámbar
en algún cajón de sí: un logro.
“Esto es, esto es la nube”, sostienes
con la terquedad de una pupila inmóvil
contemplando tras el pilar la columna, los dudosos penachos
de la arena sólida entretanto.
Y tu dedo pasa con huella de soplo
mientras sólo es capaz de apuntar vapores, cúmulos
que llueven o corren o desbastan
tu piedra gris como un señuelo. Tú los sigues
cuando ya es muy tarde para morir
y saltar perlas de una fuente, de la insólita axila del estiércol,
y descubrir que las nubes son peras o cuchillos o tienen pecho como la luna
y que siempre besan sin tocarte.
APRENDIZ DE NUBE
Antonio Alfeca
¿Para qué alzarse de entre basas y mampostas
si existe el continuo avión de la calima?
¡Ay tú tan obstinado en dejar la huella
que no admita ajena pisada,
en tal calle y número, página una de tantas,
párrafo cual y no otro!
Te tenía por tan distinto de mí
que no te creía yo, tú mi espejo mundo,
y te extraño y reconozco como al usado libro del reencuentro
que manejan estas manos que no van siendo mías
yedreando en pos de ti o de mi.
Entre la flama del húmedo jardín de la niñez
despierta de nos el aroma, se levanta
y siempre nunca bastante detrás,
-donde ya no trepa el tallo y se recuerda la hoja-,
la mariposa de col, el jazmín, el geranio,
la granada amorosa de semillas: el paraíso.
¿Para qué la batalla brillante de la almena
si es la sonrisa el foco
tras del final de los días
en que nos negamos y nos leemos?
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