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SEGOVIA, 
LA SUCURSAL ESPAÑOLA DE NY

Rodrigo G Bermejo


Obras de Pollock, De Kooning, Rothko, Still, Motherwell y otras grandes figuras de la segunda mitad del siglo XX norteamericano se pueden disfrutar durante el mes de Enero en el segoviano museo Esteban Vicente.

Durante el 2003, año del centenario del nacimiento de Vicente, la programación expositiva del museo ha dedicado a este artista una serie de exposiciones que culminan con el Expresionismo Abstracto americano en las colecciones españolas, muestra en la que están presentes sus compañeros de la Escuela de Nueva York.


CLIFFORD STILl, Sin título, 1964.
Museo Guggenheim, Bilbao

Con el constante leit motiv de hacer una revisión de los fondos artísticos nacionales, el Museo Esteban Vicente ha presentado, en esta ocasión, una excepcional exposición dedicada a las obras expresionistas abstractas que forman parte de las colecciones españolas públicas y privadas.

Los miembros de la Escuela de Nueva York, los expresionistas abstractos americanos, forjaron la corriente pictórica más importante tras la II Guerra Mundial. No en vano, en el texto del catálogo, el comisario de la exposición, Calvo Serraller considera a este movimiento como "el último triunfo de la pintura", y a sus miembros siempre se les ha tenido como a los últimos verdaderos conocedores del oficio de la pintura.

No hay duda, entonces, de que esta serie de artistas, todos ellos acreedores de una técnica y una calidad elevada, llevaron a la pintura a su definitivo estadio dentro de la amplia cultura del siglo XX.

Una de las características de la Escuela de Nueva York, frente a otras agrupaciones artísticas, reside en que es un movimiento en el que no existe un carácter unitario,. Es cierto que se suelen marcar dos grandes tendencias dentro del grupo, pero cada artista posee una serie de rasgos particulares. Estas dos corrientes serían, por un lado, la pintura de gesto y acción, liderada por Jackson Pollock y Willem De Kooning, que resulta claramente deudora del surrealismo. Y, por otro, la tendencia del color, abanderada por Rothko y en la estaría incluido el segoviano Esteban Vicente.

Las pinturas de Sam Francis, de Kline, de Reinhardt o de Gorky hablan por sí mismas, y pudiera no hacer falta la creación de discursos paralelos que desviaran la atención de lo primordial, la simple contemplación de la obra de una manera autónoma, y así resulta en una buena parte de la exposición. Sin embargo, el comisario ha sido capaz de concebir, en determinados casos, unas relaciones externas que, en lugar de estorbar, consiguen dar un sentido más amplio a la muestra, abriendo? Una serie de caminos por los que el espectador puede transitar. De este modo, lo que aquí tenemos está más cercano a las denominadas "exposiciones de tesis", ya que la exposición no se articula en un único sentido, sino que va más allá al estructurarse por medio de una serie de diálogos externos que aumentan el número y la calidad de los enfoques.



FRANZ KLINE, Sin título, 1958.
Colección privada



JOSEF ALBERS, Homenaje al cuadrado, 1969. 
Galería Elvira González, Madrid. 



ROBERT MOTHERWELL, Elegía a la Rep. española CIII, 1965.
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid.

En este sentido destaca la sala que ofrece el trabajo conjunto de Rafael Alberti y de Robert Motherwell. Aparte de dar una mayor coherencia a la procurada relación entre USA y España, se convierte en una interrupción dentro de la muestra, en el sentido de que contrasta con el resto de salas. Una de las características del expresionismo abstracto fue el uso habitual que hicieron de los grandes lienzos: la importancia de la dimensión en la recepción del público. Debido a esto, dicha estancia, plagada de pequeños dibujos del americano sobre la obra de Alberti A la Pintura: Poema del color y la línea, se convierte en el lugar más íntimo del museo.

También relacionada con el intimismo, pero en un sentido más reflexivo, se encuentra la otra gran aportación museológica de la exposición: la sala de Rothko y Albers. Aquí, la creación, de un vínculo externo posibilita una relación visual y temática claramente? Enriquecedora para el espectador. Se ha logrado que los cuadrados de Josef Albers mantengan una conversación con las espirituales creaciones de Rothko, e incluso que sean capaces de mostrar el camino por el que deben transitar las obras de este último. La lección sobre los campos de color de Albers es tan válida aquí, en la práctica, como lo fue teóricamente durante su docencia en el Black Mountain College americano. El silencio que siempre acompaña las estancias de este museo le convierten en el lugar idóneo para que el espectador saque el mayor partido a las obras el metafísico Mark Rothko.


MARK ROTHKO, Dorado, amarillo y magenta, 1956.
Colección privada. 


AD REINHARDT, Sin título, 1950. 
Colección Helga de Alvear. Madrid

El considerable valor de la exposición camina por dos vertientes. Por un lado, se debe a que nos permite conocer mejor nuestro patrimonio, al reunir grandísimas piezas de los museos nacionales, junto con el descubrimiento de verdaderas joyas de colecciones privadas. Por otro, consigue representar a los más grandes pintores americanos de la segunda mitad del siglo XX. Estamos, pues, ante una exposición necesaria y que, de no ser por un par de carencias, se podría elevar a la categoría de extraordinaria. La inexplicable ausencia de algún ejemplo del trabajo de Barnet Newman, uno de los máximos exponentes del grupo, cuyas obras cuelgan del Guggenheim de Bilbao y del madrileño Reina Sofia, o la no cesión de la obra más sobresaliente del expresionismo abstracto que tenemos en el país, el rothko que posee la colección Thyssen, hacen que este exquisito pastel de gesto, acción y color se quede sin su guinda definitiva.

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