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ESCRIBIR ES UNA CELEBRACION: CARTA A LOS LECTORES

Marcela Muñoz

 

El territorio de la escritura es tan inacabable como la historia misma. Existen muchas y variadas situaciones, conjeturas, tanto como certezas con respecto al acto mismo de escribir, como así también, si existe una escritura femenina o masculina, en ambos casos son preguntas que no se si le caben respuestas categóricas o una definitiva diferencia. La literataura, no es una cuestión de género, sino, la forma más plural e universal de comunicación de la humanidad. Si en este momento, leo "Los Versos del Capitán" de Pablo Neruda, y por un sólo instante me olvido de Pablo Neruda como escritor masculino, me deja con la mayor de las dudas si es una poesía escrita por un hombre o una mujer, ¿qué debemos pensar? ¿que la literatura femenina es romántica o lírica y que los hombres tienen otras fuerzas literarias, lenguajes más sociales, rudos y esquemáticos?. Estas son preguntas tan vulgares, con la única pretensión, creo yo, de intentar dividir la especie humana literaria, en vez de arribar al fondo mismo de la reflexión, que es en definitiva, lo que lleva a escritores y a lectores a buscar.

Y es aquí donde quisiera explicar: que escribir es una celebración. En estos momentos largos de la historia, efímeros, en la que todos estamos inmersos, nos estamos olvidando de un detalle: la imaginación y la reflexión, siendo los territorios más definidos como lo que nos completa a la condición humana. Hemos quedado vacíos, no importan los contenidos, ni las ideologías, no es que no importen, me expreso mal, no están en cuestionamiento. Los discursos son otros, las respuestas a la existencia deben ser inmediatas como las medidas económicas, no tenemos una proyección de nuestra existencia humana, más bien, tenemos proyectos meramente materialistas, y no quisiera que se confundan los tantos, es importante perseguir esas metas, el problema real reside en ese mayúsculo territorio que dejamos librados al azar, o a los terapeutas. La amplia comodidad mental o lo que es peor la miseria humana. Es verdad, hay hambre, sed, niños famélicos, todavía existen las discriminaciones políticas, morales, religiosas, culturales, pero lo más penoso es que también hay hambre en la literatura.

Cuando hablamos de hambre, hablamos de una necesidad vital. ¿Pero cuando hablamos de hambre en la literatura acaso no es vital?, tampoco es que allí residan todas las respuestas, pero es un camino muy poco transitado últimamente. La palabra no tiene dueño o dueña, no es privacidad de algunos pocos, como suele confundirse, la palabra está para ser servida, para celebrar, y siempre va dirigida a alguien, nada más que los escritores, los orfebres del imponente juego de palabras desplayadas en una obra literaria, llámese novela, cuento, poesía, ensayo son el vehículo para darle una forma y un contenido y un sentido a nuestras vidas. Y esa forma y contenido viene acompañado de un contexto social, histórico, cultural, casi siempre ambiguo, confuso y distante, ¿entonces el ser humano acaso no forma parte de ese contexto?, es allí donde la literatura extrae lo mejor de sí misma y transforma todas esas salvedades en un diálogo permanente, continuo, imperiosamente necesario. Porque en el fondo la necesidad la tenemos todos, sin distinción de razas, ni de religiosos, ni de culturas, sólo que el instumento (la palabra escrita), es lo que toma el escritor para decir lo que ve, escucha, toca, palpa, huele del resto de los seres humanos y de sí mismo agregando una sutil diferencia: la creatividad. 

Lo valiente de escribir como una celebración, es precisamente el desafío de intentar rescatar a la palabra, antes de caer en los oscuros pozos del abismo. Celebrar que los escritores pretendan seguir transgrediendo los principios, medios y fines, con las voces de la duda permanente para poder subsistir a tanta cultura obsesionada nada más que con las orillas, lo superficial e inmoral. Rescatar los incisivos contenidos sociales de una latinoamérica desvastada por la ilegalidad, no quedarnos en la búsqueda de algoritmos complicadísimos con nombres, adjetivos o verbos que no llegan a quienes creen que la obra literaria no es sino un reflejo de la vida y que esta se deviene con toda su simpleza y complejidad al mismo tiempo que su jactancia o esplendor. Resultará grato celebrar que a través del oficio de escribir y leer podemos comprendernos a nosotros mismos, recuperando un tiempo perdido o alcanzar esa mal entendida "debilidad absoluta".

Lo valiente de escribir como una celebración es el admirable desafío de encontrar en la literatura lo persuasivo, sutil y lo acústico a nuestra existencia, poetizar la cosmovisión del mundo y el de la vuelta de la esquina. Los que escriben es bien cierto, son los elegidos entre los felices e inmortales ¿porque escribir acaso no es un acto de felicidad y las palabras, que se transforman en amantes, las que hacen posible la inmortalidad?.

Detengamos por un instante el mundo y comprendamos que la literatura es la que nos define en tiempo y espacio, en hambres y sosiegos, en lo acabado e inacabado, en lo real y ficcional, pero también como decían los Jóvenes Parisinos en Mayo del 68 "Seamos realistas, pidamos lo imposible"; nos da cuenta que en la obra literaria y en el duro oficio de escribir, buscar lo imposible es la permanencia de esas palabras tan silenciosas durante toda una vida y la pasión por lograrlo hace que la palabra emerja del silencio, y es así cómo el hombre de hoy se transforma en un ser consciente de su época, es decir, de su necesidad y también de sus propias miserias. El escritor seguirá buscando lo imposible y el lector quizás le haga realidad ese sueño. 

Escribir es una celebración, es despertar y creer que la develación y la sospecha de los misterios, valen la pena.

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