-Sentate, Carlos. Quería hablar con vos, para consultarte sobre un despido que vamos a tener que realizar. Sabes que soy el gerente general y no me gustan las desvinculaciones.
-Contá conmigo para lo que necesites, Marcelo. Yo no solo soy el gerente administrativo, sino también, y sin que lo tomes como un exceso de confianza, tu mano derecha.
-El tema es que me duele mucho tener que despedir a esta persona, dado que era un empleado dinámico, que corría por los pasillos, que sabía echar la culpa de los errores a los demás y que se las arreglaba para quedarse con el crédito de las cosas bien hechas.
-Bueno, Marcelo, pero no sientas lástima. Si se le acabó el apoyo, la palanca, o si nunca la tuvo, no sé, no es culpa ni tuya ni mía.
-El problema es que justo ahora que estaba empezando a aceptar a esta persona, que al principio me causaba rechazo, para no decir asco, lo voy a tener que despedir. En realidad, Carlos, me empezó a simpatizar cuando me enteré que lo iba a despedir...
-Bueno, Marcelo, pero así son las cosas. Si tenés muchos escrúpulos, la gente te va a pasar por arriba. Te repito mi opinión: despedilo sin más miramientos.
-Estás seguro, Carlos?
-Segurísimo, Marcelo. No lo dudes, que yo voy a estar con vos....
-Bueno, gracias Carlos. No quería tomar esta decisión sin consultarte a vos, mi mano derecha, no solo el gerente administrativo.
Marcelo se levantó entonces, dando por sentado que la reunión terminaba.
Carlos se dirigió hacia la puerta, y, antes de salir, preguntó:
-Y quien es la persona que vas a despedir, Marcelo?
-A vos, Carlos. Ah, y antes de irte, no le dirías a mi secretaria que ahora sí me traiga el yogurcito? Gracias, vos siempre fuiste un
incondicional.