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JAVIER TÉLLEZ 
INVITADO A LA BIENAL DE ARTE EN VENECIA.


Carlos Yusti


Javier Téllez es un pintor valenciano, en la actualidad vive en Nueva York, gracias a una beca que obtuvo en buena lid.

Lo conocí a través de mi amigo Yuri, fotógrafo también de Valencia que vive en México, en mis días de vendedor en una tienda de electrodomésticos. Yuri estaba de vago artístico echando pie por la ciudad y en esos avatares contactó con los Téllez, Pedro y Javier, hermanos que vivían en la Zona Norte de la ciudad. Distinta a la Zona Sur del malandreo, los barrios y la miseria donde vivíamos Yuri y yo. Lo cierto es que el carisma iconoclasta y la inteligencia aparatosa de Yuri enseguida encontraron eco en la juvenil ecología informal y contestataria de los Téllez.

Javier Téllez, algunos de sus amigos y Yuri presentaron un proyecto de arte no convencional para el salón Michelena y fueron admitidos. Este eufórico fue a la tienda y me invitó para que no faltara a la inauguración del Michelena. 

A la entrada del Ateneo estaba la obra de Javier y Yuri: una carpa de campamento. Una vez dentro se tenía la impresión de estar en una tienda de ultramarinos. Había fotos por todos lados. Un pez de plástico burbujeaba en una pecera, donde un trozo de hielo seco se convertía todo en una densa niebla. La música de tango compactaba todo aquel ambiente surrealista. Pero esto no era todo. Javier estaba vestido de cura, en las manos llevaba un rosario y como Biblia blandía las obras completas del Marqués de Sade. Yuri y los demás iban vestidos uno de militar, otro de banquero y así. Todas las fuerzas vivas de la patria a la entrada de la carpa y en uno de los salones de arte más prestigioso del país. Desde ese instante de esteticismo insolente, de humorada terrorista me une a Javier y a Pedro una entrañable amistad.

Despedido de la tienda y con lo ahorrado volví a mis asuntos: la lectura y el trapicheo cultural. Edité con otros zánganos como yo una revista multigrafiada, escatológica y punzante. Me reunía con los Téllez en algún café. Durante horas discutíamos sobre Montaigne, los románticos, el surrealismo o redactabamos manifiestos contra el arte burocrático. Yuri dialectizaba la revolución rusa, la guerra civil española o los cuentos de su viejo cuando anduvo de guerrillero comunista. Los Téllez estaban extrañados de como Yuri y yo viniendo del albañal del sur teníamos tanta lectura. Gajes del oficio. En el barrio no sobreviven los más aptos, ni los más zumbados, sino aquellos que tratan de abrir sus sentidos más allá del entorno inmediato.

Los padres de los Téllez se habían graduados muy jovenes en psiquiatría. La madre era una mujer menuda y transparente que transmitía mucho sosiego. El padre, Pedro Téllez Carrasco, es un hombre bajo y grueso, activo y en extremo brillante que daba conferencias sobre "El Bosco" de las que yo aprendía una barbaridad. Luego estaba la biblioteca familiar ocupando toda la sala principal. No era como esas bibliotecas, pulcras, ordenadas de los ricachones que decoran la sala y los cuales sólo tratan que los libros no desentonen con el piso de madera ni la pintura de las paredes. No. Aquella era una biblioteca existencialista, caótica e irracional. Había papeles, folletos, periódicos y cualquier inimaginable papel impreso por todos lados. Nada estaba en su justo lugar; no obstante existía eso que Cortázar llamaba "desorden vital". Yuri y yo disfrutábamos fisgoneando entre los libros, ante la mirada paciente de los Téllez, quienes vigilaban para que no nos robásemos algún libro.

El primer dibujo que Javier se atrevió a mostrarme (por otra parte un pésimo dibujo realizado a lápiz) era una serie de cuellos cortados, aunque a mí me parecieron troncos cortados de árboles. Sobre estos troncos/cuellos había, en primer plano, una mesita redonda con algunas tazas humeantes y al fondo galopaba un jugador de polo. Era un dibujo de líneas simples, con una perspectiva caprichosa. El título revelaba toda la rareza del dibujo: "Toman té y juegan polo sobre las cabezas cortadas del pueblo". Visto así el dibujo, con el título incorporado, este se transformó. Y hubiera quedado como un pedestre panfleto a no ser por la figura del Jinete que tenía la cabeza del caballo y este tenía la cabeza del jinete. El dibujo prefiguraba ya una estética a la que Javier ha seguido fiel: el arte corno revelación inusitada, ironía crítica y juego lúcido.


Parte de lo que se vió en Venecia
La infancia de Javier estuvo amueblada por la locura clínica. Todo esos enseres de las ideas fijas, todo ese mundo mágico y terrorífico de los enfermos mentales ha nutrido y enriquecido su trabajo plástico. Sus primeras pinturas, en pastel sobre papel, así lo corroboran. Luego su obra se ha llenado de objetos aleatorios y extraños. Después ha incursionado con la pintura acrílica aplicada sobre la lona de camas para camping hasta desembocar en las instalaciones, donde Javier organiza los espacios como una algarabía creativa sin concesiones.

La instalación de Javier Téllez, que se exhibió en el Museo de Bellas Artes, titulada "La extracción de la piedra de la locura", fue la reconstrucción de un pabellón de psiquiatría con todos sus adminículos menos placenteros: camas oxidadas, archivos deteriorados por el uso y el tiempo, historias médicas, cien fotografías del hospital de Bárbula durante la celebración del carnaval, 20 trabajos artísticos pertenecientes a los pacientes del Taller de Arte Psicopatológico, que funciona desde los años 60, bancos, muebles, una máquina de electroshock, sillas de rayos X y el Ave María de Gound como fondo Musical. El título pertenece a un famoso cuadro del Bosco. ¿Cuál es el significado de esta instalación?. Él mismo Javier lo ha expresado: "La locura es un poco el espacio otro, es el espacio negado del pensamiento occidental. Pasando un poco el muro de las taxomanías, entre normal y patológico, yo creo que se puede leer el mundo como un todo. Leyendo el espacio otro podemos leer también el espacio de la normalidad". La otra lectura de esta instalación esta en la incomodidad que ha producido al Museo. Desde las burocráticas pasando por el temor que las obras de arte "verdadero" que allí estaban almacenadas sufrieran algún menoscabo. "La extracción de la piedra de la locura" ha bombardeado los espacios tradicionales del museo. Trabajo estético que milímetro a milímetro ha sido un puñetazo a la lógica razón del arte, una aberración del sentido de lo estético que nos pasea sin artificios por el borde de la locura. Los espectadores que penetraron en ese falso pabellón en el museo fueron prisioneros de esa verdad tangible que es la locura y que muchas veces, de manera sesgada, nos toca muy de cerca a todos. Entrando a este pabellón escénico ya no se sabía dónde empezaba el museo y donde terminaba el hospital y viceversa. Javier Desde el año 99 y hasta la fecha ha profundizado este trabajo sobre la locura.Bedlam. Soy feliz porque todos me quieren tiene como base las casas de aves que elaboran los internos del Bethlehem Royal Hospital for the Insane de Londres, el hospital más antiguo y que al parecer viene funcionando desde hace más de 750 años. La casa de madera para pájaros, de grandes dimensiones, donde cabe una persona de pie aloja a su vez casas de menor tamaño, donde se exhiben, a través de una serie de orificios, videos de pacientes psiquiátricos filmados en sus actividades diarias, en una metáfora del doble confinamiento al que son sometidos: los tratamientos farmacológicos y el trabajo manual. Javier ha puntualizado estasingular inclinación por la locura: "Soy hijo de padres dedicados a la siquiatría y por eso he estado en contacto con la enfermedad desde muy corta edad, ya que mi padre tenía la consulta privada en la parte de la casa donde mis hermanos y yo jugábamos. De cierta manera, ese límite entre la normalidad y la patología se disolvió. De hecho, mi obra trata de descubrir cómo la locura es una construcción social".

Todo trabajo artístico es, en muchos casos, el resultado de una vivencia cercana. La locura ha estado muy cerca de los Téllez, tanto desde el punto clínico como del drama. Nietzsche escribió que era necesario ver el arte desde la óptica de la vida y desde esta óptica Javier Téllez enfoca sus propuestas estéticas. El arte desde la perspectiva de la vida desmitifica y remitifica, al mismo tiempo, tanto la vida como el arte; de ese arte encadenado y sumiso a la noción mercantil de lo acumulativo y lo bello como mercadeo artístico. Savater ha escrito: "Pues no sólo se trata de desmitificar, de desengañar a quienes demasiado tiempo han estado sometidos al fantasma divino y sus trascendentales metafísicos, sino también de remitificar, de engañar de nuevo pero en el sentido de las más ricas posibilidades de la vida, de las más altas, de las más capaces de combatir la rutina gregaria y la muerte". El arte es un engaño manifiesto y es también esa capacidad intrínseca del hombre de captar el mundo desde una noción más libre y menos abotonada de prejuicios y mentiras piadosas.

Javier Téllez fue invitado a la nueva edición de la Bienal de arte en Venecia. El propio comisario de la muestra Harald Szeemann le cursó invitación. El engranaje estético cultural del país quizá jamás le habría permitido llegar hasta allá. No obstante el trabajo constante de Javier sin vedettismo, ni componendas de ninguna clase le ha permitido confrontar su trabajo plástico con otras propuestas. No fue en vano aquella terrible frase de Javier Téllez: "En Valencia desde los petroglifos de Vigirima no se ha hecho nada significativo y trascendente en arte". Mucho menos es vano ni fuera de contexto cuando Javier afirma: "La sociedad capitalista tiende a forzar al artista para que se convierta en productor de mercancías, es un tanto la tensión que el artista hoy en día sufre, un poco la manera esquizofrénica que se da entre la creación de ideas y conceptos que pueden ser útiles a la sociedad y la producción de mercancías que se puedan colgar o poner sobre un pedestal. Pienso que la actitud, hoy en día, se debe dar con base a la desligación de esta máquina de producción que es el capitalismo salvaje y hacer lo contrario. En este sentido, pienso que todavía creo en las utopías y es importante que aquellos que pertenecen a mí generación retomen esa idea utópica de la subversión de los valores establecidos, porque al final lo que hace verdaderamente a un artista es aquella producción de nuevos significados".

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