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BENDITA MUSICA

Josefa La Porta

Hubo un época, cuando Guido y Mariana eran chicos, en que el viejo y querido Renault 12 parecía una cajita de música con ruedas.   Sentados en el asiento trasero, siempre encontraban motivo para pelearse.  Tal vez porque en algún rincón de la memoria me resonaba aquello de "la música calma a las fieras", finalmente di con la solución para mantenerlos medianamente tranquilos: ni bien ponía en marcha el motor preguntaba "¿qué cantamos?", y ahí nomás arrancábamos con el repertorio de María Elena Walsh, seguíamos con la canción de "La novicia rebelde", intercalábamos "C'el cucu" por un buen rato, tratando infructuosamente de coordinar las voces para el canon.  Sui Generis y Serú, León, Baglietto, Silvina y hasta Maslíah me ayudaron en esos años a llegar a destino sin mayores contratiempos. Después crecieron y sus preferencias musicales tomaron caminos distintos: Guido apuesta al "ska" y Mariana es "ricotera" de fierro.  Yo sigo fiel a mi lista, siempre en aumento con cada descubrimiento, con Serrat y mis raíces tanas a la cabeza.  Pero el amor a la música es nuestro común denominador,  y con frecuencia intercambiamos "figuritas".


Mientras escribo, trabajo o me ocupo de las tareas de la casa, ella ­la música­, me acompaña y me envuelve en su lenta danza de seducción, que se apoya en un insólito contrapunto de ritmos y melodías.  La Pequeña Música Nocturna de Mozart se entremezcla con un asomo de rap, prosigue con Azucena Maizani y Tita Merello, engancha la melodía de Greensleevesy pasa inmediatamente a anónimas canzonettas campagnuolas, para volver al tango en las voces del Polaco y de Rivero. Sting asoma en algunas frases y León se cuela en muchas, junto con el dislate de Maslíah; el ensimismamiento y la doliente dulzura de Beethoven dejan paso a la frescura de Vivaldi; un Verdi grandilocuente se diluye en un Ravel sinuoso y persistente; las heridas abiertas que agita Violeta Parra se cierran entre los pliegues del bandoneón de Piazzola, y emergen en los lamentos de amor de Pedro Vargas y en los reclamos de otra Vargas, Chavela; las atentas miradas de un Serrat adolescente y sabio se trastocan en el imparable sonsonete de las Mamonas Asesinas y el impulso irrenunciable de Carlos Vives, para quebrarse en las voces de Edith Piaf y Maysa Matarazzo. Y así sigue, para hacer de mis días un collage de sonidos y acordes, que consigue despertar su propio eco en el lugar más profundo de la mente.

Feliz día de la Música, que es el otro nombre de la Magia.

 

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