AMASANDO NUESTRA PROPIA HISTORIA

Marcela Muñoz

-Señor, señora, señorita
¡Cámbieme mi dolor sin leche,
por su angustia sin pan.
-Señor, señora, señorita
¡Cámbieme el sudor de mis tomates,
por el perfume de sus papas!.
Señores que pasan tan cerca y tan lejos,
de nuestras primitivas sobrevivencias,
acérquense un poquito, en estas mesas sólo ofrecemos:
mi necesidad a cambio de otra suya.
Como un rayo de euforia impotente
en la Argentina sin redes, sin pesos, mucho menos sin peces,
Intentamos crecer como los árboles,
que se elevan hasta el cielo, (ese lugar en que se supone alguien escucha),
y también hasta aquellos que no saben todavía, qué es tener hambre.
Intentamos como los árboles recuperar el oxígeno.
Con manos extendidas, limpias, sucias. Da igual.
a la hora en que mis frutos podrían no ser más melancolía.
Y como raíces que no se dejan arrancar
del sitio que se nace y el que se muere,
hicimos ecos, ecos, ecos,
alguien empezó a escucharnos, como un príncipe encantado,
alguien se apiadó, de los siempre abandonados, relegados,
de los que no formamos parte de los señores dólares,
y de los bastardos pesos,
alguien vino y nos dijo al oído:
te cambio por mirarme a los ojos,
por darme el sonido ancestral a mi voz,
y un lugar donde pueda transformar mis manos útiles
como si fueran las únicas Leyes de pertenencia
las únicas monedas de mi cotidianidad,
las únicas evoluciones del paisaje de nuestro hambre.
Y...si es que aún pueden ver,
no somos el riesgo país,
sino el el riesgo de sostener una batalla: la batalla de la dignidad 
Y dejamos señor, señora, señorita,
la memoria de este último momento:
la valentía de haber reemplazado
nuestras riquezas en oros
y con estas manos útiles amasar nuestra propia historia
por primera vez.