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CACA DE PAJARITO

Alicia Rabinovich



El bollito era redondo, panzón, olía a levadura fresca y arriba tenía un copete amarillo y brillante.

"¿Qué es?", pregunté.
"Caca de pajarito", me dijo Coco, mi compañero de banco; desde que le dejaba que me mostrara el pito en el recreo, Coco me trataba muy consideradamente.
"Es fácil", me había dicho Lucía, que se sentaba delante de mí, pestañeá muchas veces rapidito y no se ve nada".

Lucía tenía razón, unos cuantos pestañeos mirando los zapatos de Coco y luego a gozar de múltiples beneficios. A veces me pregunto dónde estará Lucía y si ahora fingirá sus orgasmos.

Al mate cocido lo traían en el recreo largo en carritos llenos de agujeros redondos. En cada agujero cabía un vaso. Adentro, el mate cocido: frío, demasiado dulce y con unos palitos de yerba que luego morderíamos hasta desintegrarlos entre los dientes. A las maestras les daban café con leche y pancitos de leche, que no eran otros que los enigmáticos bollitos, los de panzas insolentes y copete amarillo y pegajoso.

Cuando Rafael se me acercó lo presentí.
"En el próximo recreo venís al árbol grande conmigo", me dijo.

Yo todavía no sabía que esa sensación sofocante que sentía se llamaba decepción.

Rafael era distinto. Se sentaba delante de Coco y yo lo miraba mucho cuando terminaba las cuentas antes que él. 

Tenía el pelo muy corto y pelusita en la nuca. Cuando me sorprendía mirándolo me sonreía mansamente. La primera vez me puse colorada, después no.

Me entristeció que Rafael me lo pidiera. Por supuesto no le podía contar el truco al que recurríamos las del grado para no mirar a Coco, y tampoco podía rechazarlo. Eso entre buenos compañeros no se hace.

Llegamos al árbol. Rafael me tomó de los hombros y me acomodó frente a él. Se quedó serio y callado, no como Coco que hacía ruidos como de asma y reía estúpidamente.

Apuré el pestañeo, más cortito y continuo que otras veces. Entonces... Rafael me besó.

¡Me estaba pasando! ¿A cuál de mis compañeras se lo contaría antes? ¿Me creerían? 

Estaba tan hipnotizada con mi nueva experiencia que no oí cuando los demás gritaron: "¡La señorita!"

El despacho de la directora no me dio tanto miedo como antes. Rafael sería recluido en el de la vice. Yo debía permanecer parada, sin moverme, sola y con las manos cruzadas en la espalda hasta la hora de salida.

Apenas la puerta se cerró, traté de recordar. Había sido un beso sin registro, me era imposible revivir la historia paso a paso, hasta el final. Sólo tenía presente el olor a mate cocido de la boca de Rafael y esa sensación plena e insuperable de ser besada.

Todavía no sé por qué lo hice, pero creo que lo volvería a hacer. Me acerqué al escritorio de la dire, siempre con las manos cruzadas en la espalda, me incliné con cuidado de no volcar la taza de café, dibujé una enorme "o" con los labios ante el blanco y sin pestañear... mordí la caca de pajarito. Sabía subyugadoramente dulce.

       

 

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