Conocí
al Goyo Flores cuando vivía en un conventillo de Balvanera. Era un malevo de
ley, rey de bailongos, entreveros y timba. Corajudo, hábil con el cuchillo y
respetado en los arrabales.
En
esa época anduvo en la mala a causa de la Griselda, quíen cansada de sus
curdas, de las otras minas y de andar siempre galgueando, piantó pal centro
con un chabón, sin siquiera decir adiós.
Tan
grande fue el dolor de la traición, se sentía tan gíl, que el Goyo vivía
en curda.
Un
día lo encontré en la pieza húmeda y oscura del conventillo, tirado en la
catrera, flaco, con olor a vino barato y llorando.
Entre
llantos recriminaba al destino haberle, jugado tan mala pasada, causado tal
vergüenza.
Justo
a él que la quería. Sin poderse defender como sabía. Sin el consuelo de su
santa madrecita, que Dios la tenga en la gloria.
Tal
era la pena y el rencor que un día buscó
el bufoso en el ropero para mandarse pal otro mundo.
Estando en tan delicada misión, que pudo haberle
hecho perder la salú, quiso el destino que leyera un aviso en el diario
amarillento que envolvía el arma.
Decía
así: "Anímese
a encontrarle el sentido a su vida con el Licenciado Enrique Santos
Lepera-Terapias Breves".
El
Goyo se animó y el resultado fue asombroso.
A la semana se conchabó en una panadería.
Largó las curdas, las minas y la timba. Al mes se
lo vió con la fulana a un Restorán shusheta y se supo que despues hubo
bailongo...
No
lo he vuelto a ver, pero me batieron que pasea agrandao del brazo de la
Griselda con sus dos purretes por plaza Italia. Supe con alegría que también
se mudó a Palermo y puso panadería.
Y así terminó
este cuento
y les digo con humildá
que el verdadero guapo,
usa
el coraje pa'
su propia felicidá.
16 de Agosto de 1994
