LA OBSESION

Marcela B. Pinto

 

Por años había buscado una vía de expresión para su espíritu abrumado.
Infortunadas experiencias lo habían conducido a desistir. Aborrecía su
propia impotencia pero no lograba dar unidad a sus fragmentarias ideas.

"Liberar lo que reside en mí..." muchas veces se había formulado esta
premisa, fundamentándola ampliamente, pero sólo quedaba en la retórica del imperativo.

Sofocado, se hundía en largos períodos de inercia contemplativa. Luego
febrilmente buceaba en sus borradores, buscando la clave, la punta del
ovillo. Y nuevamente se detenía, esta vez pensando en su círculo de amigos y conocidos: "ese escepticismo dibujado en sus rostros!, pensaba; y en su núcleo familiar, circunscripto a la más mediocre de las rutinas, vegetando en su propia chatura...

La crítica maliciosa y la indiferencia, dos abominables fantasmas que
siempre lo habían perturbado. era necesario derribar los prejuicios,
disipar los miedos, y por una vez, una tan sólo, ser él mismo, fuerte,
incuestionable; ya vendrán luego los críticos de turno, y envalentonados
además, arguyendo atrevimiento, falta de idoneidad, iniciatia prematura,
incluso claros vestigios, evidentes influencias de...

Pero ya no podía postergar el designio. De seguir haciéndolo acabaría por
enloquecer. durante los últimos días, sueño y vigilia se distorsionaban en
temerarias visiones.

Y llevaba grabadas a fuego las palabras de Sábato sentenciando: "Y no
debéis escribir una sola línea que no sea sobre la obsesión que te acosa,
que te persigue desde las más enigmáticas regiones, a veces durante años.".

No lo defraudaría pero, sobre todo no se defraudaría a sí mismo.

Decididamente, caminaba abriéndose paso entre la muchedumbre hacia la editorial, con la íntima certeza de que, en corto plazo, el anonimato lo
abandonaría para siempre. Para bien o para mal.

 

1996

 

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